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UE Sants 0-1 CE L'Hospitalet (J.8)

Durante la historia, el paisaje ha sido un elemento tratado con frecuencia. Al participar en él, manosearlo, o simplemente restar sentado descifrando sus texturas, el paisaje puede pasar a ser nuestro. Algo similar ocurre con la literatura cuando nos preguntamos si el texto pertenece a alguien en concreto -a quien lo escribe-, a la sociedad que lo entiende y coexiste con él -a quien lo lee- o a ambos. La propiedad privada impera en tiempos en los que el capitalismo insiste en la mercantilización del todo. Observo dicho planteamiento -con matices- en el fútbol modesto, en el que equipos de barrio huyen de héroes y propiedades para reflejar la identidad forjada en sus calles a través de hinchas y jugadores por igual. La exclusividad y la jerarquía quedan destinadas para aquellos que buscan el éxito material.

Tras ver el inicio de liga del Sants descubro que Sergio Navarro son las ganas de volver a "Magòria", que Tito Lossio es una mañana familiar en el córner de l'Energia, y que los Abdes, Monforts, o Forcadells ansían salir a darlo todo al igual que el aficionado más longevo de los blanquiverdes. O Guille y los Resakas, qué metáfora. Es la vena romántica la que escribe esto, pero creo que el arraigo de una plantilla a su contexto es esencial para el éxito más intangible, el de cada fin de semana. Es entonces más jugosa la euforia y más ligero el varapalo. Dar y recibir. Saberse cuidado. Cuando Yamandú sale con los puños, salta la afición entera.

El domingo l'Energia albergaba el derbi -cartel universal para el futbolero- entre Sants y Hospi, equipos que conviven con distintas realidades y objetivos esta temporada. El hermano pequeño y el mayor, distados por distancia y tiempo, quedaban en casa del primero para cenar y discutir sobre la herencia, y claro, la cena no se intuía amigable. 

Radiante, el feudo local vio como las masas llenaban la mayoría de sus rincones esperando un encuentro que tuvo trampa. La primera parte dio poco de sí, dibujando una meridiana igualdad y pocos "uy!" en el público. La trascendencia simbólica del choque era recordada a los presentes en cada acción, siendo el sonido del silbato la chispa que encendía la mecha. En un partido bronco, el colegiado sancionó con asiduidad los excesos de los jugadores, siendo el hermano pequeño la víctima fácil a la hora de dictar sentencia. Aunque los locales jugaron con intensidad, en el ambiente corría cierto murmullo respecto a la parcialidad del colegiado. El Hospi llegaba con desgana a la orilla rival y el Sants veía en Cantí a la única pieza capaz de salirse del guión establecido.

Tras la media parte el ritmo del partido aceleró, y a la tensión previa se le sumaron sucesos de mayor relevancia en ambas porterías. A Yamandú le exigieron una muestra de su repertorio con varias llegadas consecutivas que asustaron a los de Tito Lossio, pues estos estaban metidos en el partido pero veían como el rival generaba peligro con poco y a ellos les faltaba dar con la fórmula para ello. Como aprender tarde a atarse los cordones, que también acompleja. 

El medio del campo brillaba por su ausencia y las acciones de calidad se insinuaban a cuentagotas en unos minutos que invitaban al aficionado a ir a buscar un refresco y pensar en el 0-0 como único desenlace del choque. Gaudioso, que no había podido antes, improvisó un show individual en el que desnudó al talento y lo enseñó -sin tapujos- a los presentes. Ton Ripoll era el encargado de acuñar las opciones visitantes, y lo hacía con un desparpajo muy meritorio en semejante coyuntura. El Sants le hablaba de tú a tú al Hospi, la diferencia de edad entre los hermanos era ya anecdótica cuando empezaron a discutir con argumentos tangibles.

Mientras tanto, Yamandú seguía reafirmándose en su figura de antihéroe al parar las acometidas visitantes con una sobriedad inaudita en una actuación como esa. Yamandú es el primo, el tío, el hermano, la pareja, el sobrino que todos querríamos tener. Un cocktail de nervio charrúa y serenidad de guardameta que se presenta al mundo con una mirada humanizadora y sencilla.

El Sants, que había estado todo el partido buscando su butaca en la sala, por fin encontró una en la que se sentía cómodo. Los de Tito Lossio parecían conformarse con el empate, pero avisaban a su rival de que cualquier despiste les haría repensar su plan. El Hospi, por su parte, llevaba todo el partido luchando contra el sueño en primera fila -y estaba a punto de perder el hilo de la película- pero despertó concluyendo que quería sacar un botín mayor del choque. 

La niña que se encapricha con el juguete más caro de la tienda, y el padre que se lo compra. Pasaba el Hospi por un escaparate cualquiera cuando vio un penalti reluciente que le llamó la atención. El árbitro -no quiso consultar el VAR- pitó la pena máxima y Miquel Ripoll no falló desde los once metros. El suceso dejaba poco margen de reacción a los blanquiverdes, que a la desesperada hundieron su navío. 

La sensación imperante el rato posterior en la cabeza y el corazón de los locales era de injusticia. Ya fuese poética o arbitral, el Sants perdió el domingo la oportunidad de abrir la lata de los tres puntos como local, hecho que aumenta la expectativa del siguiente duelo en l'Energia, contra el Vilafranca. Antes, el conjunto se va a ver las caras con el Santfeliuenc, que vaga por la zona baja de la tabla intentando sacar puntos de donde sea.

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