"¡Cuán
tedioso es un cuento contado de nuevo!", dijo
algún día Homero, fatigado. Y que razón llevaba. Si existe gente cansada de
ganar, "cuán tedioso" es salir derrotado una y
otra vez. O aún peor, hacerlo de manera injusta. A veces por azar, otras
veces no tanto. Morir poco a poco mientras una secuencia dolorosa se repite
delante de nuestras narices. Y no poder hacer nada más que morir.
Siguiendo con el
paralelismo entre el Sants y la obra de Homero, parece que las dos grandes
obras del autor clásico, la Ilíada y la Odisea,
estén protagonizadas por el conjunto blanquiverde. La primera, que cuenta la
terrible y prolongada resistencia de los troyanos ante los continuados ataques
de un ejército mayor y más poderoso, explica el día a día del Sants. En la
segunda, un eterno viaje de vuelta a casa en el que Ulises y los suyos tienen
que hacer frente a lotófagos, cíclopes, sirenas, o lestrígones, permite entender la
lucha por la permanencia.
El domingo, en el
tercero de cuatro derbis, tocaba visitar el Nou Sardenya, feudo del Europa.
Verde el césped, blancas las líneas, plano el suelo, pero especial el estadio,
sin duda. El ambiente era festivo, más de domingo que de vísperas del lunes.
Arriba, el sol y las nubes se disputaban la posesión. En el once del Sants
repetía Borrull, esta vez al lado del "Sheriff". Brian comandaba una
línea de tres centrales. Aleix y Gaudioso, de '6' y de '8'.
Tardó poco en
avisar el Europa, obligando a Fabre a salvar un balón que llegó a estar muy
cerca de la red. Los locales poseían el balón pero no sabían que hacer con él.
Primero construían lentamente, después se cansaban, y acababan por tirar abajo
su edificio para volver desde el principio. El Sants, compacto y ordenado
cuando no tenía el balón, abría las alas cual mariposa cuando lo robaba. No
había expectativas para ellos, que entregaban el guión al Europa para después
tachar −a traición− cada una de las
frases escritas. Cómodo el Sants; incómodo el Europa.
Las sensaciones
eran cuantitativas para el Europa y cualitativas para el Sants. El ambiente
seguía siendo festivo, de domingo. Los blanquiverdes jugaban con lo ancho del
campo, moviendo el balón con criterio, siendo verticales cuando la situación se
lo pedía. En esas Crivi, acostumbrado a usar su lengua de camaleón para primero
lamer el esférico y después llevarlo enganchado, escupió un pase filtrado −que rompió
todas las líneas defensivas del mundo− hacia
Aleix. Solo frente al meta, este controló girando sobre su cuerpo y disparó al
muñeco. Se lamentó más Crivi que Aleix, acostumbrado a otras tareas.
Unos minutos
después, y en plena vorágine blanquiverde, llegó una jugada que pudo haber
cambiado el rumbo del partido. En un saque de banda visitante de apariencia
estéril, Aleix se ofrecía en las inmediaciones del área rival cuando cayó
trastabillado tras un claro contacto. El árbitro, que andaba cerca, omitió la
acción con torpeza.
No me gusta
hablar −y menos escribir− sobre los árbitros. En este tema, las opiniones
me parecen sesgadas, huecas, y poco reflexivas. Además, me considero incapaz de narrar con épica (darle un enfoque
literario a) las decisiones arbitrales. Sin
embargo, no puedo posponer el hablar de mi desconcierto. Son muchas crónicas y
muchos los errores que dilapidan el trabajo de los de Tito Lossio. Soy
consciente de que el Sants es uno de los equipos más duros de la categoría. No
creo que me cieguen los colores. Al principio pensé que sería una mala racha,
pero ahora es una tónica en muchos de los colegiados. Y yo, del Barça de
toda la vida, entiendo ahora la desprotección de los pequeños. Porque cuando
según quien defeca, el olor siempre acaba llegando. (Las crónicas seguirán
pasando por encima del árbitro salvo en situaciones como esta, que quede
claro).
Vamos, que el
árbitro no pitó penalti. El partido se calentó a partir de dicha acción. Las
interrupciones pasaron a ser una constante. El ambiente no era ya tan festivo;
el lunes acechaba. Llegó el descanso y los jugadores descansaron. Pasaron
quince minutos y volvieron a salir al verde. Salió Suma por Picolo y el Sants
pasó a jugar con cuatro defensas. Me perdí un par de minutos al comienzo
de la segunda parte. Estaba embobado mirando el exterior de la bota de Aleix.
Ese exterior... Ese exterior va a cambiar la historia. Si yo fuese Aleix, cogería los
cubiertos, firmaría los contratos, o agarraría las copas con él.
Seguía la buena
dinámica del Sants, que dominaba el espacio-tiempo, encontraba el hombre libre,
y desgarraba los tejidos locales con frecuencia. El Europa, falto de
estructuras ofensivas, garabateaba acciones individuales para alcanzar el gol.
No se pudieron sentir a gusto en ningún momento los locales, portadores de
rostros largos y cansados. También ganaba los choques el Sants, pletórico por
momentos, pero fallón. Brian completaba una colosal actuación, desquiciando a
los atacantes rivales. El tico cuerpeaba, las ganaba por arriba, o
aguantaba hasta segar en el momento justo. A su lado, Cura conducía contraataques como
si no hubiera un mañana. Ambos con veinte años. Casi nada.
Me estaba
pareciendo uno de los partidos más completos del Sants, pero seguía 0-0. El
Europa aguantaba en el partido, sabiendo hacer de equipo grande. Pasaban los
minutos y faltaban los goles. La temperatura del encuentro subía y el
termómetro ya indicaba fiebre cuando Yamandú salvó al Sants tras una buena
contra local. El intercambio de golpes final no obedecía ningún patrón. Se lo
podía llevar cualquiera.
Llegado el minuto
noventa, el Sants revisaba su historial. No eran pocas las derrotas que habían llegado en el
añadido. Blanco y en botella. Avanzó el Europa por la derecha, hubo un centro
que no fue a nadie, y también hubo una caída. Penalti. En el momento pensé que
lo era, como también pensé un día que los reyes magos venían de Oriente. Cosas del directo, porque cada vez que lo veo me lo parece menos. Ahora
mismo me parece un escándalo que se pite semejante penalti en semejante
situación. Me parece hasta falta en ataque.
Cogió el balón
Alfons Serra, talentoso enganche local, y marcó el 1-0. La ejecución fue
limpia, respetuosa. Las gradas del Nou Sardenya botaban de alegría y el Sants,
una vez más, volvía a perder el tren. La tensión vivida durante el encuentro
resultó ser alegría de domingo para unos y dolor de lunes para los otros. Después los
primeros consolaron a los segundos, incapaces de rendirse.
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