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UE Sants 3-2 FC Martinenc (J.36)

En la última acción del encuentro, el Sheriff quiso pedir el balón una vez más. Se lo enviaron en globo y fue a recogerlo al círculo central. Lo amansó y empezó la carrera. Después aguantó agarrones, patadas, calumnias, y envidias. Y siguió gambando, consiguiendo escapar de sus dos competidores. Llegó fundido al balcón del área, pero llegó, y allí solo pudo escupir un dócil tiro que se fue rozando el poste. El Sants iba ganando por entonces, y el '9' portaba un gol y nosecuantas carreras encima.

El Sheriff fue lo que –algún día– todos jugamos a ser. Fue la descripción que damos de nosotros en la entrevista de trabajo. Persistente, ambicioso, y avispado, pero humano. Se quedó hasta pasada la madrugada en la oficina y volvió el primero por la mañana con ojeras en los ojos y un café en la mano. Despertó aplausos, también rabia, pero a él le daba completamente igual. "Yo me limito solo a hacer mi trabajo, la victoria es de todos", declararía aún a pie de campo. 

El Sants y el Martinenc libraron un entretenido duelo el domingo. Hubieron varios goles en los noventa minutos que duró –y suele durar– el partido, aunque parecieron menos minutos porque fue divertido. Pocos partidos duran noventa minutos, en realidad. Es una guerrilla más entre la sensación y el número. 

El partido comenzó envuelto en un clima familiar. Parecía un evento del que se había hablado en secreto. Ante tanta intimidad, ambos equipos salieron a jugar en ropa interior. Los primeros minutos fueron bastante pobres, y ni los locales ni los visitantes se encontraron hasta llegado el cuarto de hora, cuando Yamandú tuvo que repeler una peligrosa misiva visitante. 

Seguía sin pasar nada, hasta que pasó algo. Un mal pase del lateral zurdo del Martinenc fue aprovechado por Guille para dejar, con un solo toque, al Sheriff delante del portero. Al '9' no le tembló el pulso; primero miró a los ojos al meta, después desvió la mirada hacia el destino del balón, las redes. Entro ajustadita al palo y llorando. Doble o nada. 1-0. 

Lo malo de lo bueno es que siempre acaba. Y así fue para el Sants, que vio como el Martinenc empataba al cabo de dos minutos con un gol extraño. La jugada fue bella, elaborada artesanalmente por varios jugadores rojos, pero hubo algo en la ejecución de Marçal que engañó a todo el mundo: el chico había rematado muy mal. Y quizá por eso marcó, dejándonos pasmados a todos, Yamandú incluido. El balón, con la inocencia en el rostro, botó contra el suelo para después colarse por la escuadra. 1-1.

El Martinenc no se conformó con el gol y se bastó para agrietar las endebles paredes del Sants. El colista había vislumbrado una rendija de luz desde la oscuridad de su habitación y corrió a ensancharla. La circulación blanquiverde era tosca, afectada por la poca sensibilidad del césped.

En una acción de apariencia estéril el balón cayó sobre el ariete visitante, quién reposaba en una meridiana posición de fuera de juego. Este amortiguó el balón y le arreó un estético chupinazo que superó a Yamandú por arriba. Yo creo que lo hizo porque sabía que la jugada no era válida, como el apuesta a sabiendas de que no tiene dinero. Tuve la suerte de estar en línea con él, así que me tomé el error del asistente de manera personal. El gol subió al marcador. 1-2. Antes el Sheriff había fallado a la cita con el gol en dos ocasiones, ambas muy claras. El Martinenc sacaba rédito de sus llegadas, y además estaba mejor.

El Sants, tocado pero jamás hundido, buscaba recuperar sensaciones. Mejor eso que nada, pensé yo. El gol tranquilizó al Martinenc y quizá ese fue su peor pecado. El conjunto del Guinardó regaló espacios a los de Tito Lossio y estos tardaron poco en aprovecharlos. Fue Gala quien, tras una apoteósica asistencia de cuchara de Gaudioso, puso el 2-2 a bocajarro.

El partido contenía un puñado de "mini-partidos" dentro de él y obligaba al hincha a recordar en cuál de ellos se encontraba. El hecho precedía el pensamiento para volver después y destrozarlo con secuencias sorprendentes. No hubo pausa. Y llegó el descanso. A veces la vida te escucha y te hace estos favores.

Tras haber visto un 2-2 en media parte, lo que uno quería imaginar era el 4-4. El Sants comenzó mejor pero no marcó esos dos goles, claro. La urgencia apretaba pero no ahogaba a los dos equipos, que miraban el reloj con hastío. Fue el conjunto local quien buscó la sumisión del rival, y lo hizo desde el balón, hablando. El silencio del Martinenc no parecía tener destino. Fran y Borrull entraron por Aleix y Gala.

Sin ser manifiesta, la superioridad del Sants era palpable a ojos de todos. Se podía ver en los mismos rostros de los jugadores. Faltaban quince minutos cuando Fabre orilló el área en busca de un centro. El correoso lateral diestro se colaba hacia dentro cuando notó el contacto de su marca y cayó al suelo. Penalti. Se rehacía así Fabre del trágico episodio que protagonizó –injustamente– frente al Europa en la semana anterior.

El encargado de lanzarlo fue Gaudioso. Y no falló. Es más, lo lanzó demasiado bien. 3-2. Dio la sensación de no compartir los nervios con todos los presentes, de haber secuestrado la tranquilidad durante aquellos sempiternos instantes. Egoísta, pensé yo. Apuntó a la escuadra y allí lo envió. Luis ha dado ya diez puntos al Sants con sus goles, un dato significativo.

Quedaron después los restos de un entretenido partido bajo la tutela del Sants, que supo jugar el último cuarto de hora sin sufrir en exceso. El Martinenc, que había tenido buenos ratos en la primera parte, vagaba exhausto y testarudo por el campo. Los minutos pasaron y el pitido final acabó con una bonita hora y media de fútbol, aunque a mi me pareció menos.

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