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CP Sarrià 3-5 Penya Anguera (J.28)

Acostumbrarse (unos por voluntad propia, otros por obligación) a la inmediatez y a los cortos plazos, al rápido beneficio, a recibir sin apenas haber dado, significa reducir nuestro tiempo a una carrera contrarreloj en la que los segundos, cada uno más afilado que el anterior, convierten esperas en suplicios. Los constantes cálculos y las respuestas cerradas nos niegan una perspectiva real de las cosas, pues omitimos horizontes con el fin de salvar abismos. Sin embargo, existe aún quién se niega a sucumbir a las nuevas reglas del juego y, consciente de sus posibilidades, recurre a los largos plazos en busca de un resultado con cuerpo, haciendo del mero proceso un beneficio.

Plantar la semilla, ayudarla a crecer, esperar (la paciencia, cualidad en peligro de extinción), y recoger la cosecha. Ensanchar los márgenes del error, dándole forma de tropiezo, jamás de final. Y a caminar.

La Anguera llegaba a Can Caralleu sumida en un estado de gracia permanente tras haber enlazado hasta doce victorias consecutivas en la segunda vuelta, cabiendo en ellas desde la película romántica al thriller más dramático. Enfrente estaba el CP Sarrià, que en la primera vuelta había endosado un severo correctivo (0-4) al conjunto amarillo en un partido que significó mucho más que una derrota para la Penya. El segundo puesto estaba más cerca que nunca, y con la consecución de los 9 puntos restantes este equivaldría a un teórico ascenso a Preferente.

El invitado sorpresa de la mañana fue un vehemente sol que abarcó mucho protagonismo al esbozar un clima pesado y delicado para los jugadores, los cuales salían al campo con sus respectivas nucas empapadas en agua sabedores del sofoco al que serían sometidos. Divergirían con mi análisis sobre este punto los espectadores del partido, que gozaron de una cálida mañana aliñada con una sensible brisa de aire fresco que acariciaba sus desabrigados cuerpos, celebrando así la ausencia de los "clásicos" sudores veraniegos.

El partido empezó con el calor haciéndose notar también en el juego, y aunque la Anguera se adueñó temprano de la posesión del balón, el ritmo del encuentro era más bien sosegado. Creían los amarillos que teniendo el balón cansarían a su rival. Y si bien es cierto que la circulación era fluida, esta estuvo lejos de desordenar a un sereno CP que neutralizaba con solvencia las ocasiones que parecían, a posteriori, peligrosas. La Anguera se alineaba con sus líneas muy separadas, factor que impedía enlazar pases con facilidad, además de ralentizar el juego y permitir a los locales encontrar espacios entre ellas.

El CP supo como combatir el lento ritmo visitante ya que poseía en su zona de tres cuartos jugadores hábiles con el balón en los pies, a los que acudía siempre en caso de recuperación. En lo que a intensidad se refiere, eran los locales quiénes se llevaban la mayoría de los duelos aéreos y los rechaces, ganando terreno en la batalla psicológica.

Esperaron los de Can Caralleu su momento, que, no sin polémica, llegó recién cumplido el cuarto de hora, cuando tras un buen remate de cabeza del delantero local y una incertidumbre que duró más de lo esperado, el árbitro dictó el 1-0. El balón fue al palo para acabar rebotando en el cuerpo del portero, que reaccionó girándose con rapidez para "salvar" el gol. Lo cierto es que pocos vieron la no entrada del balón, pues el meta tapaba la vista de la mayoría de los presentes, con lo que no me atrevo a vaticinar la legalidad del suceso.

Sonó el pitido del árbitro, y sucedió lo que tenía que suceder. Unos celebraban el tanto, sorprendidos, convenciéndose a sí mismos de que no existía moral alguna en su inconsciente que les invitara a pensar que festejaban un gol-fantasma. Los otros esprintaban (cómo no lo habían hecho aún en el partido) en dirección al colegiado mientras formulaban conspiraciones improvisadas que pusieran en duda la integridad (y la vista) del sujeto, defendiendo con uñas y dientes su postura y conocedores de la impotencia de sus lamentos.

El gol sentó muy mal a la Anguera, que en sus peores pensamientos veía pasar el último tren hacia el ascenso. Para suerte de los amarillos, que restaban inmóviles en el andén mirándose de arriba a abajo mientras se cuestionaban cada uno de sus atuendos, solo había pasado un metro, con lo que existía posibilidad alguna de reengancharse al sueño que escribía sus noches recientes, impregnadas de un nerviosismo al que jamás podríamos tachar de molesto. Soñando no se va a ningún lado, había que coger el próximo.

Llegaron unos minutos en los que el CP buscaba, sin éxito, hacer sangre de la situación amarilla, cuando en una acción aislada (y por ello, brillante), el lateral zurdo visitante logró uno de los goles de la temporada. Tras una Diagonal (con mayúscula inicial por su belleza y por su parecido, en forma y longitud, a la calle barcelonesa) magistral enviada por uno de los centrales, y dejando que botara una sola vez el balón en un alarde de excentricidad y pasión por lo complejo, el citado lateral conectó una volea que detuvo todos los relojes que pretendieran encarcelar la delicadeza de la acción en míseros segundos. Precedido por el eco del impacto de bota y cuero, el silencio aturdió a todos los presentes hasta regalarles el sonido más preciado del fútbol, el que funde a balón y red en un apasionado beso celebrado por todos aquellos que viven enamorados de esto. La mirada entre los dos protagonistas de tu película favorita. Electricidad, emoción. A uno se le eriza la piel.

Aunque tras la lectura de estas líneas algunos se teman que después el árbitro diera por finiquitado el partido, nada más lejos de la realidad. De hecho, y con la habitual inmediatez de los tiempos que corren, los amarillos utilizaron el gol para volver mentalmente al choque y apretar a su rival hasta que este pidió a gritos la llegada de la media parte. Cuando uno piensa que goles como este son reducidos a ser "el 1-1" se da cuenta de lo mucho que necesitamos y lo poco que valoramos las cosas. Aunque quizá pensándolo en frío tengan razón. Quizá ese gol queda en la posteridad por ayudar a conseguir el trabajado ascenso del equipo, y no por recordarme a mi al de Tim Cahill frente a Holanda en el Mundial de Brasil (que ahora que lo pienso, no sirvió para nada, ni tampoco hubo bote previo a la volea). El intangible significado de las cosas. Pero ese es otro jardín.

Las medias partes y la Anguera no se llevan bien, eso está claro, y es que ha recibido el cuadro amarillo el 27% (9) del total de goles encajados en el cuarto de hora posterior a la reanudación. En un ejemplo de lo más juvenil, se asemeja a quién no logra concentrarse en el estudio tras una breve pausa. Demasiadas distracciones.

La reanudación dibujó el mismo paisaje que en el inicio del encuentro, con una Anguera que intentaba sortear a base de pases el laberinto defensivo del CP. Tras un "primer pase" errado, y no sin quitar mérito a la posterior jugada en ataque, encontró el Sarrià el camino al gol, que cogió por sorpresa a muchos, de la misma manera que el primero. Sin tiempo para lamentos ni reacciones, y tras un error de bulto de la barrera al abrirse en un libre directo, los locales colocaban el 3-1 en el electrónico cuando restaba media hora. En el hospital amarillo sonaban las alarmas en lo que parecía la crónica de una muerte anunciada. La Anguera temía no llegar a la orilla del ascenso que antes había visto tan cerca.

Existen dos tipos de personas en relación con sus bolsillos. Primero están las que hacen un uso muy provechoso de los bolsillos, atesorando dentro de ellos objetos de gran servicio esperando el momento oportuno para emplearlos. Por otra parte están los que preferirían suprimir la existencia de estos, pues todo lo que guardan en ellos se pierde en cuestión de horas (o incluso de minutos).

Parecían los bolsillos de la Anguera llenos de material de gran ayuda para el difícil momento que pasaba el equipo. Y en vez de quedarse pasmado frente al metro, corrió a reabrir las puertas, sin poder evitar la apática mirada del que yace sentado como es debido (el Sant Gabriel ganó la liga el día anterior por la mañana).

Los raviolis suelen tardar tres minutos en hacerse. La Anguera se rehízo en dos. Gol de cabeza para poner el 3-2 y pensar en la remontada como único desenlace de la mañana. El Sarrià se parecía a quién vuelve a casa mientras se cuece la tormenta, calculando sus opciones de llegar seco al portal, y sin paraguas. En los instantes previos a que estuvieran al dente los macarrones, cayó el empate para la Anguera. Se lo creían los amarillos, que tras unos minutos de pausa volvieron a la carga para poner el 3-4 y culminar la segunda remontada consecutiva con el definitivo 3-5 (gol de una sutileza/complejidad bastante alta, todo sea dicho).

Después de dar guerra durante muchos tramos del choque, el CP claudicó, haciendo palpable la situación en la tabla, en la que unos se jugaban mucho y los otros muy poco. Similar al partido contra la Salle, en el que mientras unos jugaban con fuego los otros se aburrían entre palmeras paradisíacas. Todos optaríamos por lo segundo hasta que optásemos por lo primero. A destacar la pobre actuación del árbitro (y no me gusta hablar de él), que no supo estar a la altura del encuentro en muchos momentos, hasta el punto de añadir más de 6 minutos en un partido en el que ambos equipos firmaban el pitido final.

Tras la décimo-tercera victoria seguida, solo quedan dos finales para aspirar a lograr el ascenso. Por ello, se van a necesitar los 3 puntos frente al Mercantil el domingo. La Industrial debe rugir ante la oportunidad amarilla, en lo que enfrentara a la Anguera a un equipo con buen hacer durante la temporada, aunque condenado a luchar por nada, pues es séptimo (y aquí no hay Europa League).

Que dure la racha, y que vivan los bolsillos llenos!

Salud.

Dejo links con ficha del partido y clasificación:





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