La vida en una sociedad en constante
evaluación conlleva a cada uno de sus integrantes el saber lidiar con la
continua presencia de espejos. Hay que optar por enfrentarse a ellos. Alzar la vista, mirarse a los ojos, y aceptarse
a uno mismo. Virtudes, defectos, rarezas. Sonreír, y gustarse. Recolocar ese
pliegue del jersey antes de salir de casa sabiéndose uno reluciente. Ya sea
flaca, rubio, bajita, calvo, con las orejas pequeñas, o con la nariz aguileña.
Sabedor/a de que cualquier quisquilloso análisis al que sea sometido/a no será
sino una pérdida de tiempo para el sujeto que lo realice.
El domingo por la tarde, y como ya es
tradición en el mes de mayo de cada temporada, se jugaba un duelo en la
Industrial que se antojaba decisivo para el futuro de Anguera y Santa Eulàlia,
prácticamente vecinos en la tabla. Aunque sus situaciones fueran desemejantes,
era obvio que quién se llevara el gato al agua en un encuentro tan parejo
saldría más que reforzado de la cita.
La Anguera llegaba pletórica tras haber
cosechado once victorias consecutivas que la acercaban a un ya no tan utópico
ascenso (como uno de los mejores segundos), pero cualquier despiste podía
condenar al ostracismo a los de la Industrial. Al Santa, por su parte, nadie le decía que no
podía soñar con ese segundo lugar si se llevaba los 3 puntos. Los espectadores
estaban congregados en las gradas antes del pitido inicial fantaseando con
desenlaces de lo más épicos y siempre favorables para su conjunto.
Dos ejércitos (las metáforas bélicas,
siempre tan agridulces) alineados frente a frente, ambos con semblante serio y
sin más armas que las dos piernas y una cabeza para pensar, vieron desdibujadas
sus formaciones cuando un objeto esférico y desgastado apareció en escena.
Empezó a rodar la pelota y la trascendencia del momento solapó cualquier otro
acontecimiento que quisiera ser el protagonista de la tarde. Dio comienzo
entonces una oda a lo que es considerado por muchos el deporte rey, aunque se
equivoquen al hacerlo en términos económicos o comerciales.
Los nervios antes del primer beso. O la
calma que precede la tormenta. Era necesario un lapso de tanteo previo a la
muerte súbita, escenario en el cual hasta el error más mundano sería
penalizado. Rebasados los diez minutos y tras una
igualdad meridiana con y sin balón, fueron los locales quienes afinaron sus
violines y entonaron una dulce melodía en búsqueda del gol.
La Anguera se insinuaba mediante
triangulaciones soberanamente complejas y era abanderada por sus dos
mediocampistas insignia, estiletes tan finos como dañinos con balón. En la otra
orilla naufragaba el Santa Eulàlia, que rara vez ha renunciado al balón durante
la temporada, sin dar con la tecla adecuada para desarticular los engranajes
defensivos amarillos, los cuales se desplegaban con sobriedad después de recuperación obligando al rival a
correr tras el balón. Circulación rápida frente a posesiones estériles.
Se sucedían las ocasiones en la meta
visitante hasta que, llegada la media hora, el central local marcó un bonito
gol de falta por debajo de la barrera. Personalidad y acierto. La Anguera se
miraba al espejo y sonreía, pues se veía reconocible. El 1-0 aventuró a los
locales a buscar el segundo tanto antes del descanso por activa y por pasiva, y
lo tuvieron. Otra cosa es meterla. Hasta 3 ocasiones clamorosas (balón a la
madera incluido) tuvo la Anguera en un espacio de 15 minutos, suscitando todas
ellas el "uy!" del público.
Todos creemos saber quienes son nuestros
amigos, en cuantos de ellos podemos confiar, y a cuales podemos perdonar. De la
mera creencia a la realidad hay un buen salto, pregúntenles sino a esos Mayas
que daban por acabado el mundo en 2015. Error de cálculo. O exceso de
confianza. La Anguera se sentía superior y pecó de presumida, olvidando sus
virtudes, y sobretodo, sus defectos.
No tenían delante precisamente un amigo
bonachón, pues en menos de un estornudo el Santa Eulàlia despertó de su siesta
y, tras lo que había parecido más bien un sueño pesadillesco, cortocircuitó a
una Anguera lenta, desconocida, e insegura ante el espejo. A diferencia de los buenos ratos locales, los
visitantes exprimieron al máximo sus minutos de esplendor para materializar el dominio
sobre el campo en goles. Aunque no gozaban de la posesión del balón, esta vez
si estuvo cómodo el Santa conviviendo con la presión alta y los errores
forzados por sus atacantes.
Primero tras un mal rechace defensivo que
dejó batido al arquero, y después en una alocada acción por banda izquierda el
equipo de L'Hospitalet conseguía darle la vuelta al electrónico con una lección
de efectividad ante la portería. Todos los presentes revisaban sus guiones
imaginarios en busca de fallos que hubieran posibilitado ese giro de los
acontecimientos. Incluso el Santa se tomó con cierta sorpresa la llegada de los goles.
El fútbol funciona a menudo (si dijera siempre desvirtuaría la questión)
por estados anímicos, y a juzgar por el paisaje dibujado en los minutos
posteriores al gol, eran los visitantes quienes tenían ahora las llaves del
barco. Una Anguera en estado crítico restaba caída en el cuadrilátero mientras
el Santa tonteaba con el tercero y el consiguiente K.O. amarillo.
Pasaban los minutos y parecía que el Santa
se divertía combatiendo en superioridad anímica, aunque no acabar de matar
(y dale, otra vez con la violencia) a su presa le saldría muy caro después. La Anguera
resurgió de sus cenizas a falta de 10 minutos para la conclusión y empezó, de
nuevo, a combatir en igualdad de condiciones al saberse viva. Tras varios
arreones solo explicados mediante la fe y ante un Santa Eulàlia que se empequeñecía
al ver la reacción rival, llegó el gol de la igualada, el doblete del central a la
salida de un córner, pidiendo así a gritos (literalmente) a cualquier vecino/a del barrio que no
se perdiera los minutos de infarto que aún restaban en el cronómetro.
El gol tuvo el efecto esperado para los
locales, que se lanzaron a por el tercero de manera desmesurada, sabiendo que
en un empate o en una victoria residía un premio de características muy
distintas. A falta de un minuto para el final del tiempo reglamentario, y tras una falta lateral, llegó el ansiado gol, que convertía el capítulo bíblico del Apocalipsis en un final soso y falto de alicientes.
Sí, otra vez el bendito (o maldito según quién lea esto) central, "el 5 era tuyo!", que le recriminaban a su marca. Dejadme incidir en el detalle de la consecución del hat-trick con el número 5 en la espalda, hazaña que solo unos pocos elegidos han logrado (posiblemente en la consola).
Sí, otra vez el bendito (o maldito según quién lea esto) central, "el 5 era tuyo!", que le recriminaban a su marca. Dejadme incidir en el detalle de la consecución del hat-trick con el número 5 en la espalda, hazaña que solo unos pocos elegidos han logrado (posiblemente en la consola).
El 3-2 desató la locura en la
Industrial, e hizo de los 5 minutos de añadido un auténtico suplicio para todos
los presentes, tanto para aquellos que querían convertirse en aguafiestas como
para los que preparaban el confeti. El pitido del árbitro hizo viajar a los
locales a la famosa escena de High School Musical en la que suena el timbre de
final de clases y los estudiantes se abrazan y bailan en una mezcla de alborozo, entusiasmo, algazara, alegría,
exaltación, felicidad, gozo, y placer (todos ellos sinónimos, y capaces de, por lo menos, acercarse al misticismo del momento).
La situación vivida
recordó a muchos al calor inmediato que sentimos tras huir del frío. Fue,
hablando en temperaturas muy bajas, como el cierre de la ventana que provoca un
inminente escalofrío. Como el cobijo que da el edredón tras ir al baño a
medianoche. Como el calor corporal de un sentido abrazo.
Analizando,
paradójicamente, en frío la victoria, con la que ya van doce seguidas, solo
podemos celebrar la longevidad de esta racha y velar para que dure hasta el
último partido de liga, siempre con el ascenso en la mente. Faltaba un partido
en el que la fe y la suerte intervinieran en esta aventura victoriosa de la
Penya. A destacar también la presencia de jugadores lesionados en la alineación y en el banquillo que prefirieron jugar antes que reposar, en un arrebato de valentía y fidelidad a la vez que de irresponsabilidad (bienvenida sea en este caso).
Toca visitar Can
Caralleu la próxima semana en lo que tiene que ser la revancha contra uno de
los equipos que ganó (y vapuleó) a la Anguera en la primera vuelta. Pensar en
ganar ya mismo los tres partidos restantes solo le hará mal al equipo, que
trabajando cada partido de principio a fin ha logrado esta espectacular racha.
Dejo links con la
ficha del partido y la clasificación:
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