Las puertas están ahí para ser
abiertas. Derrumbadas, si es necesario. Sí, es cierto, uno nunca sabe lo que va
a encontrar detrás, pero no convirtamos ese argumento en una excusa. Démosle
carácter de reto. Acabemos con el subjuntivo. Con tan sólo obviar el
conservadurismo que grita en nuestro subconsciente podemos acceder a nuevas
realidades, a nuevas preguntas. Igualarse con la incertidumbre. Hablarle al
peligro. Quedar libres de etiquetas que luchan por ser límites. Cambiar de
zapatos.
El
sábado la Anguera tenía la última actuación, el baile de fin de curso. Tocaba
combatir esos focos que desnudan la rojez de nuestras mejillas, soportar las
heroicas escenas que hacen eterna la noche previa a la fecha señalada. Al final
todo reside en hacerse dueño del escenario. Visitaba la Penya a un Sant Gabriel
ya de vacaciones y con los deberes hechos, pues había sido campeón a falta de 2
jornadas por disputarse, convirtiendo el partido entre primer y segundo
clasificado en un bendito trámite para los de Sant Adrià.
No
era así para los de la Industrial, que veían en el trigésimo partido de la
temporada una última oportunidad para lograr su ansiado objetivo. Si ganaban
(sería la décimo-quinta victoria consecutiva) y se daban una serie de
resultados en los otros grupos, el ascenso como segundo clasificado se
convertía en algo tangible en manos de los amarillos, y el hecho de tener el
horario más tempranero de la jornada podía ayudarlos.
El
clima de la mañana no acataba definición alguna, radicando su singularidad en el
prisma de cada espectador. El Sangra dio, desde el pitido inicial, muestras de
una inaudita distensión en un partido de semejante cartel, si bien es cierto
que esta no necesitaba más justificación que su posición en la tabla. La
Anguera, en cambio, se ciñó al papel del equipo que juega con presión y salió
al 200%, estableciendo así una meridiana diferencia entre la intensidad de
ambos.
El
ritmo marcado por los visitantes desbordaba completamente al campeón, que optó
por aguantar la tormenta disputando la posesión y disimulando como podía sus errores. Sin embargo, el partido era fraccionado en dos batallas muy
interesantes: la Anguera contra su miedo escénico y el Sangra contra su
relajación, habiendo actuado este último ante el público y los focos semanas antes. El rival
estaba en la cabeza de cada uno, jugándose los amarillos mucho más.
La
Anguera llegaba con frecuencia, pero era acercarse a la mecha prendida y temer
por su integridad. La situación la definiría bien Adala, un joven cantante
barcelonés -de muy buenas maneras- con la frase "El mateix foc que
t'escalfa, el mateix foc que et crema". Más cerca estaban los
amarillos y más lejos se sentían, creyendo que las ocasiones falladas no
volverían a acontecer. La primera parte hizo tirarse de los pelos a más de un
aficionado de la Penya, pues el acierto brillaba por su ausencia en un monólogo
amarillo. Los componentes del banquillo visitante se desgañitaban: "En los
ensayos esa entraba!".
El
camino que la Anguera eligió para llegar al gol era el correcto, a pesar de que
los códigos de ejecución de las jugadas no eran bien procesados por los
atacantes. La media parte dio el oxígeno necesario a los jugadores para
asimilar cuales eran sus fortalezas y sus lagunas, yaciendo en el segundo acto
el remedio para el tiempo que ya habían perdido. La Anguera miró a la cara al
Sant Gabriel y le perdió el miedo. Los jugadores amarillos se sabían entre el
cuchillo y la pared, y tiraron la puerta abajo. Se olvidaron del público que
tanto habían temido y se metieron de lleno en la obra, haciendo del césped su
jardín particular.
Tras
la reanudación llegó el anhelado gol amarillo, otro tanto del ya famoso
"numero 5", bautizado cuál héroe tras las últimas fechas, que batió con una falta directa al portero. La ejecución fue fascinante a ojos de
cualquiera que estuviera presente, pues todos intentaban repetir en sus
respectivas cabezas la parábola que hizo el cuero antes de acariciar la red. El
0-1 incomodó al Sangra, que quería vender caras sus pieles. No sabían
estos que la Anguera estaba dispuesta a pagar cualquier precio para hacerse con
ellas. La tónica del encuentro siguió siendo la misma, puesto que en el dominio
amarillo cabían pocas expresiones azules, si bien es cierto que el Sangra
despertó tras el gol.
Una
muestra de la reacción local fueron los distintos acercamientos en los que la
defensa visitante se veía obligada a apagar los fuegos provocados por los
talentosos jugadores del Sangra. Sin embargo, y tras insistir en la faceta
aérea, les llego el turno a los cabeceadores locales a falta de menos de media
hora para el final, cuando, sin haber realizado un esfuerzo titánico, pusieron
el 1-1 a la salida de un córner. Un golpe. Un fuerte golpe. Creer que has
aprendido a ir en bici, girar la esquina, y darte de bruces contra el suelo. Recordar entonces quién eres y de que estás hecho/a. Levantarte, sacudir el
polvo de tus rasgadas rodillas, y volver a pedalear.
La
Anguera no se hundió y prefirió aguantar ese arreón a perderlo todo, pues
serían demasiados ensayos para nada. Se sentían cerca. La brecha abierta
volvió a dibujar un panorama desigual sobre la cancha, compitiendo unos por
todo y los otros por nada. La Anguera hizo patente su hambre y, tras otra
maravillosa falta de Gallardo -es el numero 5 otra vez, pero creo que merece
ser tratado como algo más que un dorsal- se hizo la locura en el Municipal
Marina Besos, campo que este año ha podido disfrutar de la coronación de su
equipo local y también de la liberación/consagración del Juvenil A de la Penya,
que después del 1-2 defendió su arco como si de su bien más preciado se
tratara.
Salieron
las últimas palabras de la boca del protagonista, el diálogo abrazó al
silencio, y la directora despedazó el guión, precediendo el griterío de quién
se sabe satisfecho por el trabajo realizado. Ambos equipos celebraron sus
respectivos logros con los suyos en una comunión de sentimientos difícil de
explicar con palabras. Fue el último partido en el fútbol base para varios
jugadores amarillos, que lucían su júbilo orgullosos sin ser conscientes de lo
que aquél pitido final había supuesto. El fin de un cuento, de una educación,
de una manera de ver las cosas, de una rutina.
Quizá
demasiado subjetivo.
Acabó
el partido y con él una temporada de ensueño que será siempre recordada por sus
integrantes como una eterna victoria. Se consiga o no el preciado ascenso (a
decidir en los despachos de la FCF, factor que descafeína el logro) hay que
quedarse con la sonrisa amarilla que vimos en el verde tras la conclusión del
partido. A nivel colectivo ha sido una fenomenal temporada que concluye de la
manera más dulce imaginada.
Me
emociona escribir estas líneas, las últimas del año. En todas ellas he vaciado
una parte de mí. Empezar cada una de las últimas 15 semanas de partido (15
victorias, debo ser talismán) en mi rincón de pensar, cobijado de todo y de
todos, y vomitando mi pasión sobre este lienzo en blanco, ha sido de gran ayuda
para mí para poder avanzar. Perder ese rato de los lunes en el que me convierto
en una substancia pensante será duro, pero he ganado. Eso seguro. Y seguro
que el Mundial cura mi vacío, que aumenta a medida que le pienso. Habrá que combatir el
síndrome de abstinencia.
Demasiado
subjetivo. Pero que más da, es mi rincón. Ha sido un auténtico placer.
La
ficha del partido os la buscáis, que si la pongo aquí rompe con la emotividad del momento.
Comentarios
Publicar un comentario