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Sant Gabriel 1-2 Penya Anguera (J.30)


Las puertas están ahí para ser abiertas. Derrumbadas, si es necesario. Sí, es cierto, uno nunca sabe lo que va a encontrar detrás, pero no convirtamos ese argumento en una excusa. Démosle carácter de reto. Acabemos con el subjuntivo. Con tan sólo obviar el conservadurismo que grita en nuestro subconsciente podemos acceder a nuevas realidades, a nuevas preguntas. Igualarse con la incertidumbre. Hablarle al peligro. Quedar libres de etiquetas que luchan por ser límites. Cambiar de zapatos.

El sábado la Anguera tenía la última actuación, el baile de fin de curso. Tocaba combatir esos focos que desnudan la rojez de nuestras mejillas, soportar las heroicas escenas que hacen eterna la noche previa a la fecha señalada. Al final todo reside en hacerse dueño del escenario. Visitaba la Penya a un Sant Gabriel ya de vacaciones y con los deberes hechos, pues había sido campeón a falta de 2 jornadas por disputarse, convirtiendo el partido entre primer y segundo clasificado en un bendito trámite para los de Sant Adrià.

No era así para los de la Industrial, que veían en el trigésimo partido de la temporada una última oportunidad para lograr su ansiado objetivo. Si ganaban (sería la décimo-quinta victoria consecutiva) y se daban una serie de resultados en los otros grupos, el ascenso como segundo clasificado se convertía en algo tangible en manos de los amarillos, y el hecho de tener el horario más tempranero de la jornada podía ayudarlos.

El clima de la mañana no acataba definición alguna, radicando su singularidad en el prisma de cada espectador. El Sangra dio, desde el pitido inicial, muestras de una inaudita distensión en un partido de semejante cartel, si bien es cierto que esta no necesitaba más justificación que su posición en la tabla. La Anguera, en cambio, se ciñó al papel del equipo que juega con presión y salió al 200%, estableciendo así una meridiana diferencia entre la intensidad de ambos.

El ritmo marcado por los visitantes desbordaba completamente al campeón, que optó por aguantar la tormenta disputando la posesión y disimulando como podía sus errores. Sin embargo, el partido era fraccionado en dos batallas muy interesantes: la Anguera contra su miedo escénico y el Sangra contra su relajación, habiendo actuado este último ante el público y los focos semanas antes. El rival estaba en la cabeza de cada uno, jugándose los amarillos mucho más.

La Anguera llegaba con frecuencia, pero era acercarse a la mecha prendida y temer por su integridad. La situación la definiría bien Adala, un joven cantante barcelonés -de muy buenas maneras- con la frase "El mateix foc que t'escalfa, el mateix foc que et crema". Más cerca estaban los amarillos y más lejos se sentían, creyendo que las ocasiones falladas no volverían a acontecer. La primera parte hizo tirarse de los pelos a más de un aficionado de la Penya, pues el acierto brillaba por su ausencia en un monólogo amarillo. Los componentes del banquillo visitante se desgañitaban: "En los ensayos esa entraba!".

El camino que la Anguera eligió para llegar al gol era el correcto, a pesar de que los códigos de ejecución de las jugadas no eran bien procesados por los atacantes. La media parte dio el oxígeno necesario a los jugadores para asimilar cuales eran sus fortalezas y sus lagunas, yaciendo en el segundo acto el remedio para el tiempo que ya habían perdido. La Anguera miró a la cara al Sant Gabriel y le perdió el miedo. Los jugadores amarillos se sabían entre el cuchillo y la pared, y tiraron la puerta abajo. Se olvidaron del público que tanto habían temido y se metieron de lleno en la obra, haciendo del césped su jardín particular.

Tras la reanudación llegó el anhelado gol amarillo, otro tanto del ya famoso "numero 5", bautizado cuál héroe tras las últimas fechas, que batió con una falta directa al portero. La ejecución fue fascinante a ojos de cualquiera que estuviera presente, pues todos intentaban repetir en sus respectivas cabezas la parábola que hizo el cuero antes de acariciar la red. El 0-1 incomodó al Sangra, que quería vender caras sus pieles. No sabían estos que la Anguera estaba dispuesta a pagar cualquier precio para hacerse con ellas. La tónica del encuentro siguió siendo la misma, puesto que en el dominio amarillo cabían pocas expresiones azules, si bien es cierto que el Sangra despertó tras el gol. 

Una muestra de la reacción local fueron los distintos acercamientos en los que la defensa visitante se veía obligada a apagar los fuegos provocados por los talentosos jugadores del Sangra. Sin embargo, y tras insistir en la faceta aérea, les llego el turno a los cabeceadores locales a falta de menos de media hora para el final, cuando, sin haber realizado un esfuerzo titánico, pusieron el 1-1 a la salida de un córner. Un golpe. Un fuerte golpe. Creer que has aprendido a ir en bici, girar la esquina, y darte de bruces contra el suelo. Recordar entonces quién eres y de que estás hecho/a. Levantarte, sacudir el polvo de tus rasgadas rodillas, y volver a pedalear.

La Anguera no se hundió y prefirió aguantar ese arreón a perderlo todo, pues serían demasiados ensayos para nada. Se sentían cerca. La brecha abierta volvió a dibujar un panorama desigual sobre la cancha, compitiendo unos por todo y los otros por nada. La Anguera hizo patente su hambre y, tras otra maravillosa falta de Gallardo -es el numero 5 otra vez, pero creo que merece ser tratado como algo más que un dorsal- se hizo la locura en el Municipal Marina Besos, campo que este año ha podido disfrutar de la coronación de su equipo local y también de la liberación/consagración del Juvenil A de la Penya, que después del 1-2 defendió su arco como si de su bien más preciado se tratara.

Salieron las últimas palabras de la boca del protagonista, el diálogo abrazó al silencio, y la directora despedazó el guión, precediendo el griterío de quién se sabe satisfecho por el trabajo realizado. Ambos equipos celebraron sus respectivos logros con los suyos en una comunión de sentimientos difícil de explicar con palabras. Fue el último partido en el fútbol base para varios jugadores amarillos, que lucían su júbilo orgullosos sin ser conscientes de lo que aquél pitido final había supuesto. El fin de un cuento, de una educación, de una manera de ver las cosas, de una rutina. 

Quizá demasiado subjetivo.

Acabó el partido y con él una temporada de ensueño que será siempre recordada por sus integrantes como una eterna victoria. Se consiga o no el preciado ascenso (a decidir en los despachos de la FCF, factor que descafeína el logro) hay que quedarse con la sonrisa amarilla que vimos en el verde tras la conclusión del partido. A nivel colectivo ha sido una fenomenal temporada que concluye de la manera más dulce imaginada.

Me emociona escribir estas líneas, las últimas del año. En todas ellas he vaciado una parte de mí. Empezar cada una de las últimas 15 semanas de partido (15 victorias, debo ser talismán) en mi rincón de pensar, cobijado de todo y de todos, y vomitando mi pasión sobre este lienzo en blanco, ha sido de gran ayuda para mí para poder avanzar. Perder ese rato de los lunes en el que me convierto en una substancia pensante será duro, pero he ganado. Eso seguro. Y seguro que el Mundial cura mi vacío, que aumenta a medida que le pienso. Habrá que combatir el síndrome de abstinencia. 

Demasiado subjetivo. Pero que más da, es mi rincón. Ha sido un auténtico placer. 

La ficha del partido os la buscáis, que si la pongo aquí rompe con la emotividad del momento.

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