Un chirrido precede
la apertura de las puertas, varios viajeros contrarios a tu dirección cambian
el suelo del metro por el andén, y de pronto descubres la posibilidad de
escoger entre los cuatro asientos de la fila. Eliges una de las esquinas para
reducir el margen de contacto con "otros/as" cuando invadan el vagón,
desafías el volumen máximo recomendado por el celular intimando con bombo y
caja, y entrecruzas las piernas para conseguir un posado más escénico.
Comienzas el viaje de la mano del convoy mientras calculas el tiempo a base de
canciones.
Vas por la octava
melodía cuando se te ocurre alzar la vista, habiendo analizado ya tus atuendos
mientras cantabas tímidamente las muchas letras que te sabías. "¡Mierda,
me he pasado la parada!". Te levantas del asiento pretendiendo formalizar
el retortijón psíquico que acabas de sufrir, aunque sabes de sobras que las
consecuencias están sentadas observándote sin apuro alguno, pues son
inevitables tras tu pájara.
El Sants parece el
pasajero que se pierde en el transcurrir de las canciones, y acostumbrado a
dejar pasar su parada, cambia la empanada por el remar a contracorriente, no
siempre efectivo. Los blanquiverdes llevan semanas bajando en estaciones que no
habían frecuentado antes, siendo palpable su desencaje con dichos escenarios.
El partido del
domingo empezó explicando a los presentes la dispar situación de los clubes que
lo disputaban. Un Cerdanyola enrachado -cuatro fechas sin hablarle a la
derrota- recibía a un Sants en horas bajas, pues no anota desde la jornada 7.
Con el guión de los primeros compases escrito solo faltaba que los intérpretes
cumplieran con su papel. Tras un engañoso intercambio de golpes, el Cerdanyola
recordó su buen momento y exigió al Sants una marcha más. Los del Vallès habían
bajado en su parada, convirtiéndose así en los primeros en llegar al destino,
mientras la presencia del Sants era aún una incógnita.
Trató Yamandú de
amansar a la fiera con la mejor atajada de la jornada en la categoría,
sirviendo solo para posponer una alarma que tarde o temprano iba a sonar. En
uno de los varios saques de esquina de los que dispuso el equipo local, el
balón fue peinado para caer en los pies de Carlos Cano, que suficiente hizo con
empujarlo al fondo de las mallas para poner el 1-0. El balón parado sigue
siendo la kryptonita de los de Tito Lossio, que acuden a
córneres y libres directos como el que es llamado al despacho de la
directora.
Cuando uno argumenta
desde el resultado, es a menudo injusto con el procedimiento previo. Así pues,
es fácil precipitarse emocionalmente cuando se parte de una variable numérica
para razonar. Perder merma la moral de quién lo hace, obligándolo a obviar así
la manera con la que lo ha hecho. Sucede algo parecido con el ganar. La derrota
despeña al caído hacia una avalancha de preguntas con difícil resolución,
así como el ganador emprende un dulce viaje hacia el fluir, hacia el actuar sin
pensar en exceso. Pases que tiemblan por sí solos contra automatismos. Lo que
hace la confianza.
Mientras el
Cerdanyola presumía de verticalidad en cada acción, al Sants le costaba un
mundo conseguir material útil para construir su edificio. Cada ladrillo
cabeceado por los centrales locales era un paso atrás para el Sants, que
buscaba otras vías para acobijar y remediar el dolor de la sumisión. La
transición en zona de medios era para el Cerdanyola la tarde del viernes, en la
que uno se deshace de las cadenas de la rutina y empieza esas pequeñas
vacaciones que le dotan de una efímera libertad. "A correr, chicos/as!".
El finde, en cambio, era para los visitantes una
angustiosa acumulación de deberes.
A falta de 5 minutos
para el descanso, y en uno de los pocos trayectos exitosos del Sants hacia la
meta rival, Fabre encaró al portero tras una meritoria jugada desde la banda derecha.
Siendo una terrible alegoría del estado anímico de los visitantes, el carrilero
mandó el balón al cuerpo del portero al no ser capaz de hablarle al gol en su
cita. La sensación de peligro y la de la ocasión desperdiciada peleaban
ferozmente para imponerse en las cabezas visitantes, que preferían esperar al
desenlace final para valorar el significado del suceso.
Tras la media parte,
Henry Lossio introdujo dos cambios y esbozó una novedosa defensa de cuatro
hombres que no tardó en dar resultado. El Sants mejoró cuantiosamente y embutió
al Cerdanyola en su propio campo, parecía que el haberse pasado de parada era
aún corregible. La tuvo Suma tras una prolongación de Mario, quién nos regaló
ayer un intenso vals de noventa minutos con los centrales locales,
dos auténticas rocas defensivas. En otro acercamiento visitante, Gaudioso fue
el mensajero que hizo llegar el esférico al travesaño, convirtiendo entonces el
peligro en nostalgia. El Sants tenía el guión del encuentro en sus manos pero
por inexactas razones era incapaz de cambiarlo.
La intensidad llegaba
a cada esquina de la cancha, embarullando acciones a priori estériles,
cosa que interesaba más a los del Vallès. Pasaban los minutos y el Cerdanyola
tenía el partido donde quería, pues consiguió reducir la oleada
"santsenca" a la vez que mantenía la esperanza de matar el encuentro
al contraataque. Victor Aliaga, jugador que salió a disputar los últimos quince
minutos, parafraseó al -ya no tan- mito de Ronaldinho con dos elásticas de
vértigo. En la primera lo hizo sin éxito final, pues topó con Yamandú, pero en
la segunda estuvo también avispado en la conclusión y cedió el balón atrás para
que su compañero anotara a placer el 2-0.
El Sants, que
prácticamente había muerto en el intento de remontar, encajaba un tremendo
golpe en las tripas a falta de diez minutos que lo dejaba sin margen de
reacción una semana más. Y es que parecía el de domingo un dejà vu de los
partidos previos del Sants, donde el pánico a los minutos finales y la poca
finura ante la meta final han vencido a los blanquiverdes, a los que pocas
cosas se les pueden reprochar, pues realizan esfuerzos titánicos en cada
encuentro.
Con más fe que cabeza
los visitantes quemaron sus navíos para encontrar en el pitido final la
sentencia que condena al inocente. Tras chocar las manos con los rivales, la
plantilla entera fue a saludar a los hinchas desplazados en un gesto que
embellece este deporte y explica a su vez el porqué de sentir al equipo tan
suyo por parte de los aficionados. De esa unión puede sacar el conjunto
"santsenc", al que le sobran argumentos, la fuerza para reconducir la
adversidad, a quien ya conocen de tiempos pasados.
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