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FC Cerdanyola Valles 2-0 UE Sants (J.11)

Un chirrido precede la apertura de las puertas, varios viajeros contrarios a tu dirección cambian el suelo del metro por el andén, y de pronto descubres la posibilidad de escoger entre los cuatro asientos de la fila. Eliges una de las esquinas para reducir el margen de contacto con "otros/as" cuando invadan el vagón, desafías el volumen máximo recomendado por el celular intimando con bombo y caja, y entrecruzas las piernas para conseguir un posado más escénico. Comienzas el viaje de la mano del convoy mientras calculas el tiempo a base de canciones. 

Vas por la octava melodía cuando se te ocurre alzar la vista, habiendo analizado ya tus atuendos mientras cantabas tímidamente las muchas letras que te sabías. "¡Mierda, me he pasado la parada!". Te levantas del asiento pretendiendo formalizar el retortijón psíquico que acabas de sufrir, aunque sabes de sobras que las consecuencias están sentadas observándote sin apuro alguno, pues son inevitables tras tu pájara. 

El Sants parece el pasajero que se pierde en el transcurrir de las canciones, y acostumbrado a dejar pasar su parada, cambia la empanada por el remar a contracorriente, no siempre efectivo. Los blanquiverdes llevan semanas bajando en estaciones que no habían frecuentado antes, siendo palpable su desencaje con dichos escenarios.

El partido del domingo empezó explicando a los presentes la dispar situación de los clubes que lo disputaban. Un Cerdanyola enrachado -cuatro fechas sin hablarle a la derrota- recibía a un Sants en horas bajas, pues no anota desde la jornada 7. Con el guión de los primeros compases escrito solo faltaba que los intérpretes cumplieran con su papel. Tras un engañoso intercambio de golpes, el Cerdanyola recordó su buen momento y exigió al Sants una marcha más. Los del Vallès habían bajado en su parada, convirtiéndose así en los primeros en llegar al destino, mientras la presencia del Sants era aún una incógnita. 

Trató Yamandú de amansar a la fiera con la mejor atajada de la jornada en la categoría, sirviendo solo para posponer una alarma que tarde o temprano iba a sonar. En uno de los varios saques de esquina de los que dispuso el equipo local, el balón fue peinado para caer en los pies de Carlos Cano, que suficiente hizo con empujarlo al fondo de las mallas para poner el 1-0. El balón parado sigue siendo la kryptonita de los de Tito Lossio, que acuden a córneres y libres directos como el que es llamado al despacho de la directora. 

Cuando uno argumenta desde el resultado, es a menudo injusto con el procedimiento previo. Así pues, es fácil precipitarse emocionalmente cuando se parte de una variable numérica para razonar. Perder merma la moral de quién lo hace, obligándolo a obviar así la manera con la que lo ha hecho. Sucede algo parecido con el ganar. La derrota despeña al caído hacia una avalancha de preguntas con difícil resolución, así como el ganador emprende un dulce viaje hacia el fluir, hacia el actuar sin pensar en exceso. Pases que tiemblan por sí solos contra automatismos. Lo que hace la confianza.

Mientras el Cerdanyola presumía de verticalidad en cada acción, al Sants le costaba un mundo conseguir material útil para construir su edificio. Cada ladrillo cabeceado por los centrales locales era un paso atrás para el Sants, que buscaba otras vías para acobijar y remediar el dolor de la sumisión. La transición en zona de medios era para el Cerdanyola la tarde del viernes, en la que uno se deshace de las cadenas de la rutina y empieza esas pequeñas vacaciones que le dotan de una efímera libertad. "A correr, chicos/as!". El finde, en cambio, era para los visitantes una angustiosa acumulación de deberes. 

A falta de 5 minutos para el descanso, y en uno de los pocos trayectos exitosos del Sants hacia la meta rival, Fabre encaró al portero tras una meritoria jugada desde la banda derecha. Siendo una terrible alegoría del estado anímico de los visitantes, el carrilero mandó el balón al cuerpo del portero al no ser capaz de hablarle al gol en su cita. La sensación de peligro y la de la ocasión desperdiciada peleaban ferozmente para imponerse en las cabezas visitantes, que preferían esperar al desenlace final para valorar el significado del suceso.

Tras la media parte, Henry Lossio introdujo dos cambios y esbozó una novedosa defensa de cuatro hombres que no tardó en dar resultado. El Sants mejoró cuantiosamente y embutió al Cerdanyola en su propio campo, parecía que el haberse pasado de parada era aún corregible. La tuvo Suma tras una prolongación de Mario, quién nos regaló ayer un intenso vals de noventa minutos con los centrales locales, dos auténticas rocas defensivas. En otro acercamiento visitante, Gaudioso fue el mensajero que hizo llegar el esférico al travesaño, convirtiendo entonces el peligro en nostalgia. El Sants tenía el guión del encuentro en sus manos pero por inexactas razones era incapaz de cambiarlo.

La intensidad llegaba a cada esquina de la cancha, embarullando acciones a priori estériles, cosa que interesaba más a los del Vallès. Pasaban los minutos y el Cerdanyola tenía el partido donde quería, pues consiguió reducir la oleada "santsenca" a la vez que mantenía la esperanza de matar el encuentro al contraataque. Victor Aliaga, jugador que salió a disputar los últimos quince minutos, parafraseó al -ya no tan- mito de Ronaldinho con dos elásticas de vértigo. En la primera lo hizo sin éxito final, pues topó con Yamandú, pero en la segunda estuvo también avispado en la conclusión y cedió el balón atrás para que su compañero anotara a placer el 2-0.

El Sants, que prácticamente había muerto en el intento de remontar, encajaba un tremendo golpe en las tripas a falta de diez minutos que lo dejaba sin margen de reacción una semana más. Y es que parecía el de domingo un dejà vu de los partidos previos del Sants, donde el pánico a los minutos finales y la poca finura ante la meta final han vencido a los blanquiverdes, a los que pocas cosas se les pueden reprochar, pues realizan esfuerzos titánicos en cada encuentro.

Con más fe que cabeza los visitantes quemaron sus navíos para encontrar en el pitido final la sentencia que condena al inocente. Tras chocar las manos con los rivales, la plantilla entera fue a saludar a los hinchas desplazados en un gesto que embellece este deporte y explica a su vez el porqué de sentir al equipo tan suyo por parte de los aficionados. De esa unión puede sacar el conjunto "santsenc", al que le sobran argumentos, la fuerza para reconducir la adversidad, a quien ya conocen de tiempos pasados.

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