Se acercan días, semanas, meses de
frío. Se acercan tardes de sofá y manta, mañanas de sufrir la marcha del
edredón, y noches en las que combatir las bajas temperaturas conforma ya un
mísero y complejo plan. El invierno es eso que sabes que va a llegar, pero te
pilla en manga corta, es taparte hasta arriba para acabar con los tobillos, las orejas, o las manos congeladas. En uno de los fines de
semana más tajantes del año, el fútbol volvió a explicar con imágenes, testarazos, y gritos, que la magia que contiene no entiende
de termómetros.
El
Narcís Sala acogía el sábado un añorado derbi barcelonés tras 50 años de
ausencia. Sant Andreu y Sants se daban cita en una tarde gélida que no impidió
que las gradas se fueran llenando antes del comienzo del encuentro. Muchos/as
hubieran preferido ver una película en casa sin sufrir por su integridad
física, pegando sorbos inconstantes a un vaso de leche hirviendo. Sin embargo,
ambas hinchadas dibujaban un derbi nada falto de ambiente, encontrando algunos en la cerveza el antídoto contra el frío.
La
lluvia había cesado cuando el árbitro hizo sonar el silbato inicial, pero
quedaban aún rastros de ella en el césped, que estaba mucho más rápido que de
costumbre. Dicha aceleración del guión podía perfectamente precipitar cualquier
acontecimiento, fatídico para unos, prometedor para los otros. Los jugadores se
sabían conscientes de la cercanía del fallo, y por eso perpetraban envíos de
escasa empatía para el receptor. En semejante campo de minas solo los más
talentosos se atrevían a aguantar el balón y levantar la cabeza.
Los
porteros, que sabían que padecer el frío en soledad era una gran noticia para
sus respectivos conjuntos, mantenían la cabeza en el partido, pues sabían que
tarde o temprano les iba a tocar exponer su trabajo ante el resto de la clase.
La temporada avanza, y los objetivos abrigan a cada escuadra condicionando
tremendamente la conducta de esta. El Sant Andreu jugaba con el papel de
candidato a play-off mientras el Sants intentaba deshacerse de la etiqueta de
equipo que vaga por la cola de la tabla. A los visitantes, paradójicamente
teniendo en cuenta la temperatura, les quemaba el balón.
Con
el descanso en el horizonte, los de Tito Lossio avisaron a los locales, eufóricos
en las últimas fechas, con varias jugadas bien enlazadas que inquietaron a
Segovia. Replicaba el Sant Andreu a balón parado, en el que se juntaban la
inseguridad blanquiverde y el guante de Ton Alcover -jugador que pinta poco en
Tercera- para guionizar las pesadillas visitantes. Crecía la participación de
Yamandú en el encuentro, suceso con forma de mala noticia para el Sants. Se
llegó al descanso con 0-0 en el electrónico y con la sensación de que la
película acabaría por ser un thriller.
La
reanudación parecía una prolongación de la línea horizontal trazada en el
primer acto; césped esponjoso, cremalleras abrochadas, hinchas enervados, y
cerveza, más cerveza. Quiso el Sants añadir también a ese listado la
inseguridad defensiva en faltas y córneres. Cuando nadie miraba, el conjunto
visitante decidió hurgar en su bolsillo para buscar la chuleta que le
permitiera aprobar el examen. El Sants viene acostumbrándonos a empezar el
segundo acto mostrándose desatado en sus instintos, así que simplemente necesitaba
refrescar cuatro fórmulas para verse capaz de superar el 5.
Solidez
atrás, el rombo del medio conectado por Bluetooth, los carrileros incisivos, y
la pareja Cantí-Navarro esperando con la caña de pescar a cualquier pez
inocente. Si el partido tenía similitudes hasta entonces con los disputados
frente a Hospi, Vilafranca, o Cerdanyola, en los que el Sants desperdició
varias oportunidades para avanzarse, la volea que mandó arriba el Sheriff y el
posterior remate fallido de cabeza de Picolo fueron la guinda que corroboró el
dejà-vu, que no cesa en la cabeza de los blanquiverdes, semana tras
semana.
El
Sants llegaba y perdonaba, como quien se pasa la tarde en la cola del súper
dejando pasar a todo aquél que lleve menos peso en su carrito, solo para no
hacer esperar a nadie. Como el que no quiere dañar a nadie y acaba dañándose a
él mismo. Llegaba el minuto 80, temido por todo aquél que siente la camiseta
del Sants, pues este año se han recibido 11 de los 18 goles totales en el lapso
que va desde el 80 hasta el descuento. Un 61% de los goles. Suficiente para
hacer un referéndum, quizá. Y en poco más de 10 minutos por partido.
Sintomático cuanto menos.
Parecía
que el sábado no, pero el sábado sí. Parecía que no iba a ser a balón parado, y, en efecto, lo fue. De la misma manera que el culpable ve en el juicio su particular final,
el Sants encaraba los últimos balones parados en contra sin querer mirar, sin
querer recordar. Algunos se pellizcaban con tal de huir de aquello. Lanzó
Alcover con la precisión del pitcher y machacó Jaume Villar con la contundencia
del pívot. Otro cruel desenlace para un conjunto que mereció más por enésima
vez, y que volvió a ver en sus fallos los argumentos de la derrota para castigarle.
Sin
saber como afrontar el descuento, si precipitar el luto o desafiarlo, si bajar
los brazos o secarse las lágrimas, el Sants caminaba hacia casa cual
enamorado/a tras una ruptura no deseada, buscando porqués en esquinas, buscando
futuros en desconocidos rostros. Justo antes de llegar al portal, pasó por el
bar que frecuentaba siempre con su antigua pareja. Su mesa estaba libre. Ese
fue el azote que sentenció al cuerpo, dejándolo caer con una áspera suavidad al
suelo. Ton Alcover, con otro magistral lanzamiento de falta que engañó a propios
y extraños, fue la silueta que, viendo al enamorado tendido en el arcén, osó
sentarse en su mesa sin compasión alguna. 2-0. El Sant Andreu completó la hazaña con sobriedad.
El
Sants se ve en la actualidad metido en una pelea entre sensaciones y
resultados, unas tan abstractas, los otros tan concretos. El rendimiento del
equipo es notable semana tras semana, pero es empañado por pájaras de escasa
duración que castigan severamente a los de Tito Lossio. Cinco encuentros
consecutivos van ya en los que el equipo no logra sentir la euforia de cantar
un tanto a favor. Con la afición más cercana que nunca, pues se dice que el
dolor es mejor compartido, el Sants se agarra a cualquier oportunidad futura
para cambiar el rumbo de una temporada que aún admitirá muchos giros de guión,
seguro.
Comentarios
Publicar un comentario