Nadie dijo que fuera fácil. De
hecho, nunca lo es. Los macarrones de la abuela, aunque ella diga que sí,
tampoco lo son. Cuando veo el éxito en el rostro de alguien, me pongo a buscar
donde quedan sus fallos. Los hallo en las arrugas del entrecejo, en tímidas
pero estéticas ojeras, o quizás en canas que piden paso. Casi cada mañana, en
el trayecto de la cocina al salón, veo derramar el café con hastío. Pienso
entonces en Steve Jobs o en Michael Jordan, que hablan del tropiezo cual
crédito obligatorio, y entonces la tragedia se convierte en el prólogo de algo
grande.
No
sé que rama de la psicología le tira más al bueno de Michael, pero por su
discurso puedo adivinar que es la del "ensayo y error". Probar todo
cuanto creas para encontrar la solución, dando espacio y tiempo al fallo. El
Sants parece ir por este camino, y aunque los resultados digan lo contrario,
cada vez está más cerca de dar con la tecla. Hemos visto varias fórmulas
empleadas por el conjunto blanquiverde, todas ellas transmitidas con pasión. No
es fácil, no, pero parecen dispuestos a agotar cualquier alternativa con el fin
de triunfar.
El
domingo tocaba el San Cristóbal, que acudía a la cita ubicado en un meritorio
noveno puesto y con un pobre bagaje como visitante, pues solo había
conseguido una victoria y dos empates. El Sants, en cambio, no encuentra
sensaciones en casa, donde había cosechado 5 puntos hasta la fecha. El cambio
de dinámica era el domingo un espectador más, y parecía dispuesto a venderse al
mejor postor. Las dos hinchadas animaban a viva voz, haciendo del panorama el
gozo de cualquier futbolero/a.
El comienzo del encuentro fue
trepidante. Los visitantes, que llegaban en racha, fueron la parte proactiva de
la negociación, que no por ser intensa dejaba de ser amistosa. El Sants
representaba el negociador reactivo, el jugador de póker que
vive del check. Igualando siempre la oferta, el Sants también
parecía dispuesto a jugar sus fichas para llevarse la mano entera. No parecía un
farol. Mediante notorias triangulaciones ofensivas, los de Tito Lossio
acechaban la portería visitante.
El ritmo de juego era alto, tanto
como el de los latidos de la presa que se sabe perseguida. El partido, tan
estético como la escena de la persecución. El Sants, que reclamaba la autoría
del peligro, perdonaba con sigilo, pretendiendo no alertar al
"SanCris", no despertarlo. Los visitantes, que dormían en su
habitación, no escucharon los intentos de Cantí -que fueron varios- de rescatar
las llaves del coche de la mesita de noche. También lo probó, sin éxito,
Alberto. A medida que estos se acercaban al cabezal de la cama, el SanCris
parecía refunfuñar. Finalmente fue Picolo quién, con un paso sonoro, despertó a
los visitantes.
El lateral zurdo del Sants, tan
centrado en su misión ofensiva, olvidó su espalda, espacio que aprovechó Prado
para acalorar al San Cristóbal con un bonito impacto al balón, que antes botaba
pidiendo ser empalmado. Nada pudo hacer Yamandú, que vio como el esférico y la
red, su red, se besaban. La infidelidad más dolorosa, la cometida delante del
traicionado. El Sants estaba ahora sin llaves del coche, y además, castigado
sin salir de su habitación.
El rato posterior al gol fue para
el San Cristóbal, que tocaba y tocaba con pausa cansando al Sants. Este restaba
en la habitación gastando toda su energía en pensar una excusa, una idea, algo
para huir de aquella situación. Los visitantes parecían perfectamente
coordinados para mantener encerrado en su habitación al Sants, pues se
comunicaban constantemente notificándose los posibles peligros a los que se
exponían en cada movimiento. El guardameta Dani Lledó fue el máximo exponente
de esa organizada "casa de los gritos". Lledó parecía el director de
cine, estridente pero cariñoso con su equipo, e impecable en cada detalle. Reconoció
con sonrojo, durante el encuentro, que era muy "pesao".
Antes de que el árbitro decretara
la media parte, Aleix mandó recuerdos a la escuadra, codiciada por todos.
Cuando la postal, escrita con sangre por el propio Lage, llegaba a su destino
-parecía la liberación de los "santsencs"- apareció Lledó para
confiscarla, dando un portazo a la esperanza. A Harry Potter, cuando le
confiscaron la primera, le llegó una segunda, mismo desenlace. Fue entonces
cuando las lechuzas de Hogwarts se reunieron en el número 4 de Privet Drive
para hacer llegar, como fuera, la ansiada carta a Potter. En l'Energia no había lechuzas,
tampoco tíos malvados, pero no se puede decir que los blanquiverdes no
intentaran hacer llegar el mensaje a la red.
De la media parte solo destacaría
el arco iris artificial que dibujaron los aspersores, que acabaron también
pariendo grotescos charcos gracias a su torpeza.
Tras el descanso, Tito Lossio dio
entrada a Gaudioso y Fran. Como no podían jugar con 13 jugadores, se quedaron
en el banco Gala y Borrull. El Sants se declaró en rebeldía y se dio cuenta de
que el balón era su arma para salir de aquella tesitura. El "SanCris"
tenía más espacio, las llaves del coche, el jardín, pero no tenía el balón. La
posesión subió hasta niveles exagerados para los locales, que no conseguían
hacer efectivo el dominio del encuentro. Los visitantes, por su parte,
defendían con uñas y dientes cada intentona rival, mezclando orden posicional
sin balón y ferocidad a la hora de salir a la contra.
En una falta lejana -de hecho,
lejanísima- Danny Elliott, el 9 visitante, hizo temblar la madera de Yamandú
con un obús inesperado. Y de un susto a otro. Minutos más tarde, en una acción
de ataque para el Sants, Fran recibió una brutal plancha a la altura de la
cabeza que pudo haberle hecho mucho daño. Obviando que hubiera intencionalidad
alguna, el suceso tenía tintes de roja. Sin embargo, y para el enfado local, se
quedó en amarilla. Fran, que hasta el momento estaba cuajando una notable
actuación, pudo seguir tras ser atendido.
La banda derecha era, por entonces, el argumento
de mayor peso del Sants, que no conseguía automatizar el peligro en sus
acciones. La lentitud en algunos envíos, así como la solidez aérea visitante
eran los hándicaps que marraban el desenlace soñado para los blanquiverdes.
Alberto la mandó arriba, Aleix, también. Llegaban las ocasiones, pero el Sants
no salía de la habitación. La sensación de aplastamiento local era tangible a
ojos de todos, pero con ella no bastaba. Yamandú apagaba los fuegos creados por
el agotamiento del pensar, pensar, y más pensar.
Hasta que llegó Tom, puñal del SanCris, para
recordarnos la esencia del fútbol, arte del imprevisto, ciencia inexacta, cuna
de injusticias, origen del grito y del llanto. Cuando más lo merecía el Sants,
el extremo visitante corrió al contraataque y batió por debajo a Yamandú,
cerrando la habitación con llave, derrumbando el castillo que había construido
meticulosamente el Sants. 0-2. La arena volvía a caer entre los dedos de los
locales. Los visitantes festejaban con júbilo, conscientes de la hazaña. Se
habían llevado un gran partido. Hicieron sus méritos.
El Sants, que aún contempla el
castillo destruido, tendrá que fijarse ahora en Michael o en las lechuzas,
quiénes no por fallar una, dos, o varias veces, dejaron de intentarlo. Hay
mimbres, y ganas de hacerlo, y con eso basta. La suerte siempre llega.
Comentarios
Publicar un comentario