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UE Sants 0-2 CP San Cristóbal (J.18)

Nadie dijo que fuera fácil. De hecho, nunca lo es. Los macarrones de la abuela, aunque ella diga que sí, tampoco lo son. Cuando veo el éxito en el rostro de alguien, me pongo a buscar donde quedan sus fallos. Los hallo en las arrugas del entrecejo, en tímidas pero estéticas ojeras, o quizás en canas que piden paso. Casi cada mañana, en el trayecto de la cocina al salón, veo derramar el café con hastío. Pienso entonces en Steve Jobs o en Michael Jordan, que hablan del tropiezo cual crédito obligatorio, y entonces la tragedia se convierte en el prólogo de algo grande. 

No sé que rama de la psicología le tira más al bueno de Michael, pero por su discurso puedo adivinar que es la del "ensayo y error". Probar todo cuanto creas para encontrar la solución, dando espacio y tiempo al fallo. El Sants parece ir por este camino, y aunque los resultados digan lo contrario, cada vez está más cerca de dar con la tecla. Hemos visto varias fórmulas empleadas por el conjunto blanquiverde, todas ellas transmitidas con pasión. No es fácil, no, pero parecen dispuestos a agotar cualquier alternativa con el fin de triunfar. 

El domingo tocaba el San Cristóbal, que acudía a la cita ubicado en un meritorio noveno puesto y con un pobre bagaje como visitante, pues solo había conseguido una victoria y dos empates. El Sants, en cambio, no encuentra sensaciones en casa, donde había cosechado 5 puntos hasta la fecha. El cambio de dinámica era el domingo un espectador más, y parecía dispuesto a venderse al mejor postor. Las dos hinchadas animaban a viva voz, haciendo del panorama el gozo de cualquier futbolero/a.

El comienzo del encuentro fue trepidante. Los visitantes, que llegaban en racha, fueron la parte proactiva de la negociación, que no por ser intensa dejaba de ser amistosa. El Sants representaba el negociador reactivo, el jugador de póker que vive del check. Igualando siempre la oferta, el Sants también parecía dispuesto a jugar sus fichas para llevarse la mano entera. No parecía un farol. Mediante notorias triangulaciones ofensivas, los de Tito Lossio acechaban la portería visitante. 

El ritmo de juego era alto, tanto como el de los latidos de la presa que se sabe perseguida. El partido, tan estético como la escena de la persecución. El Sants, que reclamaba la autoría del peligro, perdonaba con sigilo, pretendiendo no alertar al "SanCris", no despertarlo. Los visitantes, que dormían en su habitación, no escucharon los intentos de Cantí -que fueron varios- de rescatar las llaves del coche de la mesita de noche. También lo probó, sin éxito, Alberto. A medida que estos se acercaban al cabezal de la cama, el SanCris parecía refunfuñar. Finalmente fue Picolo quién, con un paso sonoro, despertó a los visitantes.

El lateral zurdo del Sants, tan centrado en su misión ofensiva, olvidó su espalda, espacio que aprovechó Prado para acalorar al San Cristóbal con un bonito impacto al balón, que antes botaba pidiendo ser empalmado. Nada pudo hacer Yamandú, que vio como el esférico y la red, su red, se besaban. La infidelidad más dolorosa, la cometida delante del traicionado. El Sants estaba ahora sin llaves del coche, y además, castigado sin salir de su habitación. 

El rato posterior al gol fue para el San Cristóbal, que tocaba y tocaba con pausa cansando al Sants. Este restaba en la habitación gastando toda su energía en pensar una excusa, una idea, algo para huir de aquella situación. Los visitantes parecían perfectamente coordinados para mantener encerrado en su habitación al Sants, pues se comunicaban constantemente notificándose los posibles peligros a los que se exponían en cada movimiento. El guardameta Dani Lledó fue el máximo exponente de esa organizada "casa de los gritos". Lledó parecía el director de cine, estridente pero cariñoso con su equipo, e impecable en cada detalle. Reconoció con sonrojo, durante el encuentro, que era muy "pesao". 

Antes de que el árbitro decretara la media parte, Aleix mandó recuerdos a la escuadra, codiciada por todos. Cuando la postal, escrita con sangre por el propio Lage, llegaba a su destino -parecía la liberación de los "santsencs"- apareció Lledó para confiscarla, dando un portazo a la esperanza. A Harry Potter, cuando le confiscaron la primera, le llegó una segunda, mismo desenlace. Fue entonces cuando las lechuzas de Hogwarts se reunieron en el número 4 de Privet Drive para hacer llegar, como fuera, la ansiada carta a Potter. En l'Energia no había lechuzas, tampoco tíos malvados, pero no se puede decir que los blanquiverdes no intentaran hacer llegar el mensaje a la red.

De la media parte solo destacaría el arco iris artificial que dibujaron los aspersores, que acabaron también pariendo grotescos charcos gracias a su torpeza.

Tras el descanso, Tito Lossio dio entrada a Gaudioso y Fran. Como no podían jugar con 13 jugadores, se quedaron en el banco Gala y Borrull. El Sants se declaró en rebeldía y se dio cuenta de que el balón era su arma para salir de aquella tesitura. El "SanCris" tenía más espacio, las llaves del coche, el jardín, pero no tenía el balón. La posesión subió hasta niveles exagerados para los locales, que no conseguían hacer efectivo el dominio del encuentro. Los visitantes, por su parte, defendían con uñas y dientes cada intentona rival, mezclando orden posicional sin balón y ferocidad a la hora de salir a la contra.

En una falta lejana -de hecho, lejanísima- Danny Elliott, el 9 visitante, hizo temblar la madera de Yamandú con un obús inesperado. Y de un susto a otro. Minutos más tarde, en una acción de ataque para el Sants, Fran recibió una brutal plancha a la altura de la cabeza que pudo haberle hecho mucho daño. Obviando que hubiera intencionalidad alguna, el suceso tenía tintes de roja. Sin embargo, y para el enfado local, se quedó en amarilla. Fran, que hasta el momento estaba cuajando una notable actuación, pudo seguir tras ser atendido. 

La banda derecha era, por entonces, el argumento de mayor peso del Sants, que no conseguía automatizar el peligro en sus acciones. La lentitud en algunos envíos, así como la solidez aérea visitante eran los hándicaps que marraban el desenlace soñado para los blanquiverdes. Alberto la mandó arriba, Aleix, también. Llegaban las ocasiones, pero el Sants no salía de la habitación. La sensación de aplastamiento local era tangible a ojos de todos, pero con ella no bastaba. Yamandú apagaba los fuegos creados por el agotamiento del pensar, pensar, y más pensar.

Hasta que llegó Tom, puñal del SanCris, para recordarnos la esencia del fútbol, arte del imprevisto, ciencia inexacta, cuna de injusticias, origen del grito y del llanto. Cuando más lo merecía el Sants, el extremo visitante corrió al contraataque y batió por debajo a Yamandú, cerrando la habitación con llave, derrumbando el castillo que había construido meticulosamente el Sants. 0-2. La arena volvía a caer entre los dedos de los locales. Los visitantes festejaban con júbilo, conscientes de la hazaña. Se habían llevado un gran partido. Hicieron sus méritos.

El Sants, que aún contempla el castillo destruido, tendrá que fijarse ahora en Michael o en las lechuzas, quiénes no por fallar una, dos, o varias veces, dejaron de intentarlo. Hay mimbres, y ganas de hacerlo, y con eso basta. La suerte siempre llega. 

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