Hay desayunos dulces, y también los
hay salados. Hay besos dulces, y también los hay salados. Hay rostros dulces,
y, en efecto, también los hay salados. Incluso frutas, recuerdos, lágrimas, o
bailes. Es esta otra dicotomía que la vida nos deja ahí, tirada en el suelo,
repleta de polvo por su larga vigencia. Sin embargo, qué sería de nosotros si
viviéramos condenados a escoger solo un bando; mientras vivir atado a la
dulzura es artificial y agobiante, ser siempre salado puede desembocar en
conductas insensibles y descontextualizadas.
El Sants y el Reus demostraron sus
distintas naturalezas el domingo, ciñéndose a sus respectivos gustos y maneras
de ver la vida. Los locales, pasionales y caóticos, representaban el lado
"salao" de la vida, haciendo de la intensidad y la carcajada sus
banderas. El Reus, por su parte, era el costado dulce de la vida, el espacio en
el que lo queremos todo bonito, geométrico, guionizado, sin fallos. Se
enfrentaban Barroco y Renacimiento y, por suerte o desgracia, había un marcador
que desvelaría el desenlace del choque.
Fran, Juli, y Crivi eran las
novedades en el once de un Sants que llegaba con la barriga llena tras su
triunfo contra el Santboià, rival directo de los de Tito Lossio. El encuentro
comenzó trepidante, con ambos equipos haciendo gala de sus mejores armas.
Competían como dos niños pequeños, intentando impresionar al otro; si el Sants
presumía de presión alta, el Reus respondía con circulaciones complejas, si el
Sants robaba en zona de peligro, el Reus reorganizaba su esquema defensivo con
rapidez.
En medio de semejante partida de
ajedrez, siempre gobernada por el intangible, los jugadores buscaban la ocasión
para encontrar la certeza. El "matar al alfil" pasaba por asustar al
meta rival. Solo el grito que despierta un gol cortaría la cabeza de la
reina. Daba gusto ver triangular al Reus, que bailaba sobre el verde de
l'Energia una delicada pieza de baile de salón. La exactitud de dicha
disciplina bailarina, muy visual, contempla también un terrible miedo al fallo,
descoordinando el baile entero.
Navarro avisó en dos ocasiones,
haciendo temblar a los visitantes en sus siguientes pasos. También lo probó
Fabre con un centro-chut envenenado que estuvo a poco de colarse por la
escuadra. El Sants mejoraba con los minutos, empequeñecía al Reus.
Tanta confianza tenían por entonces
los de Tito Lossio, que quisieron probar la estética y el calor de lo dulce,
antes en propiedad del Reus. Tras añadir jugadas elaboradas y armonía a su
juego voraz y entusiasta, el Sants consiguió la recompensa más ansiada por el
futbolero/a, el gol. Centró Cantí con rosca desde la derecha, lo durmió Navarro
con la cabeza, y fue Fran Avilés, jugoso fichaje, quien fusiló al meta para
subir el 1-0 al electrónico. El Sants andaba pletórico por la calle con su
nuevo peinado, obviando el frío que acaricia el rapado en estas fechas.
Pasaron pocas cosas antes del
descanso, pero suscitaron estas un gran alboroto. Primero fue una salvaje
atajada de "Katmandú" la que levantó al público local, crecido.
Después, doble jugada polémica. Primero Fran sacó el hombro a pasear,
impactando en el labio de un jugador visitante, jugada sin sanción por parte
del árbitro. Pasado un largo minuto, también Fran se adentraba en el área
visitante y era repelido con un empujón que estuvo muy fuera de contexto. Hablo
de un empujón que se suele dar en la puerta de una discoteca, o en la cola de
las rebajas. Para sorpresa de todos, pues hasta los jugadores esperaron al
árbitro para proseguir, no se pitó nada más que el camino a los vestuarios.
La segunda parte continuó con la
tónica dominante del Sants, que se creía el dueño del partido. Guille,
omnipresente, monitorizaba la "Cursa d'orientació" que completaban
sus compañeros. Corregía, anticipaba, avisaba, e incluso se le vio explicando
como funcionaba el riego automático mientras controlaba el tránsito del Pg. de
la Zona Franca. Un auténtico terremoto de la comunicación, siempre vital para
los locales.
El Sants se defendía con el balón,
ahorrando esfuerzos. Fran, sí, otra vez Fran, -el auténtico protagonista del
encuentro- tuvo la sentencia tras un saque de esquina que botó con maestría
Aleix. El balón bajó con nieve para besar a Fran, que lo rechazó
inexplicablemente dándole con el hombro para que se marchara fuera. La igualdad
patente en el campo reforzaba la idea del Sants, que con llegadas esporádicas
incomodaba al conjunto "reusenc".
Entró entonces el '18' del Reus,
Ernest Forgas, que quizá era el único, a parte de su entrenador, que imaginaba
que tendría el impacto que tuvo sobre el partido. Se retiraba un mediocentro,
el Reus tiraba la casa por la ventana. Forgas, ariete robusto, era la chuleta
escrita con prisas a falta de media hora para el examen. Era dejar de estudiar
para abonarse a la suerte del momento, rezando para que el profesor no
mirase.
Y el profesor no miró, porque a los
siete minutos de su entrada, Forgas ya había anotado el gol del empate tras una
buena jugada colectiva de los visitantes. El gol, una vez más, fue el mejor
preparador físico para quien lo anotaba, enseñando después un Reus
extra-motivado en su cometido, el de remontar el choque. El Sants, aturdido por
el golpe, respiraba con dificultades durante los minutos posteriores. Vio el
Reus la puerta abierta, el aprobado, y se lanzó a por el partido. Y no, no
brillan los locales precisamente por defender los últimos minutos con
efectividad.
Minutos después, Forgas enviaba un
lejano obús a las manos de Yamandú. El charrúa no atajó el balón, que cayó en
los pies de Oribe para que este hiciera el 1-2 a placer. Oribe se encontró un
billete de veinte euros en la calle, y lo cogió. Con total seguridad, invitó a
comer al bueno de Ernest Forgas, que dio una gran alegría a los de Tarragona. A
falta de casi diez minutos, el Sants parecía retorcerse en su tumba sin
encontrar la llave que lo sacara de ahí.
Pitó el colegiado el final, y ganó
el fútbol, que vive de partidos como el del domingo. Un choque de estilos, de una
intensidad altísima, una balanza desequilibrada por detalles. Derrotas que
curten y, en la otra orilla, victorias que le pasan a uno las penas. El domingo
les tocó a unos, y eso jamás es injusto. La gente abandonaba el recinto a
sabiendas de haber presenciado una buena muestra de fútbol, como si de una
substancia química -que para muchos lo es- se tratara.
La gente que abandonó el recinto
pudo palpar también como el fútbol tiene -y alcanza de- muchas formas. Tras el
partido, jugadores, técnicos, directivos, y aficionados locales -qué fieles estos
últimos- se juntaron para celebrar la derrota y encarar el nuevo año con
fuerzas. Hicieron un vermut. Aceitunas, cerveza, sonrisas, y sol. Fútbol.
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