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EC Granollers 1-1 UE Sants (J.24)

"El pernil dolç és més salat que el pernil salat", nos dijo un buen amigo, sobrio. Tras sembrar el caos y colapsar nuestro tráfico neuronal, no especificó si era opinión o conocimiento; solo observaba, en silencio y convencido, como intentábamos entender esa absurda oración, que parecía la contraseña que da comienzo a una revolución. No hubo debate, porque nunca lo ha habido, pero desde entonces miramos con otros ojos al jamón y al colega. A parte de ser la semilla de unas risas, esa frase iba directa contra lo impuesto, contra el statu quo.

La sociedad actual —terrible generalización— vive maniatada al capitalismo, que estructura sus territorios en base a pirámides sociales sostenidas por y para el dinero. En semejante transatlántico, el pueblo vive de pequeños motines gestados en cubierta. Solidaridad vecinal, calles a rebosar de pensionistas, o la victoria del penúltimo en casa del líder. El Sants vive en este bando, en el que se combate la adversidad por naturaleza, en el que la unión hace la fuerza. Semana a semana, revolución a revolución.

Tocaba visitar al Granollers, séptimo, en un domingo gris, muy gris. El Sheriff se caía del once a última hora. Y sí, un día más hubo hinchas "santsencs" desplazados. Bendita locura. Jugadores y cuerpo técnico afirman que, cuando están debajo de la ducha, que quema y sonroja sus hombros, suelen tener a un par de aficionados saltando sobre el váter, animándoles en su tarea. El "En ocasiones oigo voces" vincula a quien lo afirma con la paranoia. Con el Sants funciona al revés, parece.

El inicio del encuentro tuvo un claro color local, pues los blancos jugaban con las elásticas negras del Sants para convertirlas en sombras. Una marcha más, un toque menos, y Yamandú. El Sants ponía el cartel de "EN LIQUIDACIÓN" en el aparador junto a varios utensilios defensivos. Pasaba por ahí el Granollers, que vació la tienda entera. En el minuto 9, Joel anotaba el primero tras cabecear un córner (uno de tantos) que rebotó en un defensa antes de batir a Yamandú, absoluto protagonista de la mañana. 1-0.

El Sants, mimetizado con el clima, vagaba por el campo ofuscado, sintiendo más que nunca la ausencia del colmillo que suele ser el Sheriff. Un perro sin su amo, un amo sin su perro. Esa silla vacía que debes apartar para que no duela. Las redes defensivas del Sants eran perforadas por los márgenes, sobretodo por el zurdo, para ser después recosidas por Yamandú, que parecía haber encogido el arco que defendía. 

La oda al juego plano del Sants encontraba respuesta en los cuchillos afilados que portaban los jugadores locales. Una ocasión tras otra, solo Yamandú (cuarta vez que lo nombro, y tendrían que ser doce) parecía pasarlo bien en la contienda. Al meta charrúa le faltaba el mate —tirando de tópicos—para estar en casa. Paró abajo, arriba, a un lado, hasta saltó con la cabeza, imitando el divertido gesto de una foca, para salvar el segundo tanto local.

Sea como fuere, el partido parecía triste. Intenso, pero triste. La alegría hacía campana, y normal, porque parecía la del domingo una de esas clases aburridas en las que te acabas pintando el brazo entero. Debo decir que es este fútbol, el crudo, el que engancha, el que se te pega a la piel cual garrapata, el que te hace odiarte por quererlo. Una relación tóxica, en otras palabras.

Aprovechando uno de los descansos del Granollers, que se pintaba el brazo, el Sants encontró a Cantí para que este cosechase una pena máxima tras ser derribado en el área. Sucedió la misma escena que la semana anterior. Gaudioso cogía el balón, lo plantaba —esta vez ante abucheos rivales— con parsimonia, y subía el gol al marcador —esta vez con un formal tiro al centro— para el Sants. El 1-1 llegaba justo antes del descanso. Meter ese gol anímico es el trago de agua que baja la piel de salchicha que se te había atascado en el cuello. Encajarlo, ahogarse en la escena anterior.

Todos los jugadores enfilaron el camino a los vestuarios excepto uno. Yamandú, que parecía Lev Yashin sin pelo, se quedó salvaguardando su meta durante todo el descanso. El guardameta detuvo hasta los aspersores, que se querían colar por los costados.

Empezó el segundo acto esbozando a un Granollers extra-motivado y a un Sants desdibujado. Los visitantes sufrían las arremetidas de los del Vallès en lo que parecía el anuncio de una muerte brusca y sangrienta. Brotaba con violencia la sangre, pero siempre aparecía Yamandú —con poco más que un botiquín—para socorrer a sus compañeros. Resurgió de sus cenizas Cura para sacar un balón que alcanzaba la línea de gol.

Tras varias horas del trayecto, ambos conjuntos pararon en una estación de servicio para cambiar de conductor. Fue el Sants, que tomaba breves sorbos de un café americano, quien se puso al volante. Con el Granollers abrazando al sueño en el asiento del copiloto, los de Tito Lossio pudieron poner su música preferida para cantarla en voz baja. A veces el Sants se emocionaba en exceso y despertaba al Granollers.

Aleix tuvo una meridiana ocasión tras empalmar un balón, pero la parábola se pasó de parada. Juli se erigía, por segunda semana consecutiva, como uno de los argumentos de peso del Sants contra los grandes, pues se pasó la segunda parte entera corriendo al 'sprint'. Después lo tendrían que agarrar de la camiseta sus propios compañeros para pulsar el botón de "apagar".

El Granollers despertó de su siesta y oteó la orilla de Yamandú, que desesperaba a los locales con alucinantes atajadas. Debutó el refuerzo de invierno "santsenc", Borja Ogayar, al que le bastó poco más de un cuarto de hora para demostrar que tiene hueco en la plantilla blanquiverde. Una delicada gambeta, un peligroso libre directo, y plena implicación en las triangulaciones del Sants; una prometedora presentación para el ex del Pubilla Casas. En realidad, después de la arriesgada croqueta que hizo ya me tenía en el Wala haciendo cola para comprar su zamarra.

Suma, que también entró en el segundo acto, completó una actuación brillante; el extremo presionaba como si le fuera la vida, robaba, y ponía en peligro la meta rival. La presión del Sants parecía antinatural para tratarse del minuto 85, pero aún les quedaba hambre a los de Tito Lossio. Volvió a aparecer Yamandú cuando el Granollers quiso conducir el automóvil. En el coche, por cierto, se respiraba ya un aire muy cargado.

El partido murió cuando estaba más vivo, cuando más frentes abiertos contenía —tantos eran que ni el pitido final los amansó—, cuando más gritos amamantaba. Un punto para cada uno, o un rato para cada uno al volante. Hubo reproches y discusiones al término del encuentro, pero había algo en lo que todos coincidían: había sido el partido de Martín Yamandú Morgade Tubino.

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