"El pernil dolç és més salat
que el pernil salat", nos dijo un buen amigo, sobrio. Tras sembrar el caos y colapsar nuestro
tráfico neuronal, no especificó si era opinión o conocimiento; solo
observaba, en silencio y convencido, como intentábamos entender esa
absurda oración, que parecía la contraseña que da comienzo a una
revolución. No hubo debate, porque nunca lo ha habido, pero desde entonces
miramos con otros ojos al jamón y al colega. A parte de ser la semilla de unas
risas, esa frase iba directa contra lo impuesto, contra el statu quo.
La sociedad actual —terrible
generalización— vive maniatada al capitalismo, que estructura sus territorios
en base a pirámides sociales sostenidas por y para el dinero. En semejante
transatlántico, el pueblo vive de pequeños motines gestados en cubierta.
Solidaridad vecinal, calles a rebosar de pensionistas, o la victoria del
penúltimo en casa del líder. El Sants vive en este bando, en el que se
combate la adversidad por naturaleza, en el que la unión hace la fuerza. Semana
a semana, revolución a revolución.
Tocaba visitar al Granollers,
séptimo, en un domingo gris, muy gris. El Sheriff se caía del once a última
hora. Y sí, un día más hubo hinchas "santsencs" desplazados. Bendita
locura. Jugadores y cuerpo técnico afirman que, cuando están debajo de la
ducha, que quema y sonroja sus hombros, suelen tener a un par de aficionados
saltando sobre el váter, animándoles en su tarea. El "En ocasiones oigo
voces" vincula a quien lo afirma con la paranoia. Con el Sants funciona al
revés, parece.
El inicio del encuentro tuvo un
claro color local, pues los blancos jugaban con las elásticas negras del Sants
para convertirlas en sombras. Una marcha más, un toque menos, y Yamandú. El
Sants ponía el cartel de "EN
LIQUIDACIÓN" en el aparador junto a varios utensilios defensivos.
Pasaba por ahí el Granollers, que vació la tienda entera. En el minuto 9, Joel
anotaba el primero tras cabecear un córner (uno de tantos) que rebotó en un
defensa antes de batir a Yamandú, absoluto protagonista de la mañana. 1-0.
El Sants, mimetizado con el clima,
vagaba por el campo ofuscado, sintiendo más que nunca la ausencia del colmillo
que suele ser el Sheriff. Un perro sin su amo, un amo sin su perro. Esa silla
vacía que debes apartar para que no duela. Las redes defensivas del Sants eran
perforadas por los márgenes, sobretodo por el zurdo, para ser después recosidas por Yamandú, que parecía haber encogido
el arco que defendía.
La oda al juego plano del Sants
encontraba respuesta en los cuchillos afilados que portaban
los jugadores locales. Una ocasión tras otra, solo Yamandú (cuarta vez que lo
nombro, y tendrían que ser doce) parecía pasarlo bien en la contienda. Al meta
charrúa le faltaba el mate —tirando de tópicos—para estar en casa. Paró abajo,
arriba, a un lado, hasta saltó con la cabeza, imitando el divertido gesto de
una foca, para salvar el segundo tanto local.
Sea como fuere, el partido parecía
triste. Intenso, pero triste. La alegría hacía campana, y normal, porque
parecía la del domingo una de esas clases aburridas en las que te acabas
pintando el brazo entero. Debo decir que es este fútbol, el crudo, el que
engancha, el que se te pega a la piel cual garrapata,
el que te hace odiarte por quererlo. Una relación tóxica, en otras palabras.
Aprovechando uno de los descansos
del Granollers, que se pintaba el brazo, el Sants encontró a Cantí para que
este cosechase una pena máxima tras ser derribado en el área. Sucedió la misma
escena que la semana anterior. Gaudioso cogía el balón, lo plantaba —esta vez
ante abucheos rivales— con parsimonia, y subía el gol al marcador —esta vez
con un formal tiro al centro— para el Sants. El 1-1 llegaba justo antes del
descanso. Meter ese gol anímico es el trago de agua que baja la piel de
salchicha que se te había atascado en el cuello. Encajarlo, ahogarse en la
escena anterior.
Todos los jugadores enfilaron el
camino a los vestuarios excepto uno. Yamandú, que parecía Lev Yashin sin pelo, se quedó salvaguardando su
meta durante todo el descanso. El guardameta detuvo hasta los aspersores, que
se querían colar por los costados.
Empezó el segundo acto esbozando a
un Granollers extra-motivado y a un Sants desdibujado. Los visitantes sufrían
las arremetidas de los del Vallès en lo que parecía el anuncio de una muerte
brusca y sangrienta. Brotaba con violencia la sangre, pero siempre aparecía
Yamandú —con poco más que un botiquín—para socorrer a sus compañeros. Resurgió
de sus cenizas Cura para sacar un balón que alcanzaba la línea de gol.
Tras varias horas del trayecto,
ambos conjuntos pararon en una estación de servicio para cambiar de conductor.
Fue el Sants, que tomaba breves sorbos de un café americano, quien se puso al volante. Con el Granollers
abrazando al sueño en el asiento del copiloto, los de Tito Lossio pudieron
poner su música preferida para cantarla en voz baja. A veces el Sants se
emocionaba en exceso y despertaba al Granollers.
Aleix tuvo una meridiana ocasión
tras empalmar un balón, pero la parábola se pasó de parada. Juli se erigía, por
segunda semana consecutiva, como uno de los argumentos de peso del Sants contra
los grandes, pues se pasó la segunda parte entera corriendo al 'sprint'.
Después lo tendrían que agarrar de la camiseta sus propios compañeros para
pulsar el botón de "apagar".
El Granollers despertó de su siesta
y oteó la orilla de Yamandú, que desesperaba a los locales con alucinantes
atajadas. Debutó el refuerzo de invierno "santsenc", Borja Ogayar, al
que le bastó poco más de un cuarto de hora para demostrar que tiene hueco en la
plantilla blanquiverde. Una delicada gambeta, un peligroso libre
directo, y plena implicación en las triangulaciones del Sants; una prometedora
presentación para el ex del Pubilla Casas. En realidad, después de la
arriesgada croqueta que hizo ya me tenía en el Wala haciendo
cola para comprar su zamarra.
Suma, que también entró en el
segundo acto, completó una actuación brillante; el extremo presionaba como si
le fuera la vida, robaba, y ponía en peligro la meta rival. La presión del
Sants parecía antinatural para tratarse del minuto 85, pero aún les quedaba
hambre a los de Tito Lossio. Volvió a aparecer Yamandú cuando el Granollers
quiso conducir el automóvil. En el coche, por cierto, se respiraba ya un aire
muy cargado.
El partido murió cuando estaba más
vivo, cuando más frentes abiertos contenía —tantos eran que ni el pitido final
los amansó—, cuando más gritos amamantaba. Un punto para cada uno, o un rato para
cada uno al volante. Hubo reproches y discusiones al término del encuentro,
pero había algo en lo que todos coincidían: había sido el partido de Martín
Yamandú Morgade Tubino.
Comentarios
Publicar un comentario