A veces
pensamos demasiado, nos pasamos con el alcohol, o posponemos alarmas con pesar.
A veces la broma se nos va de las manos. A veces, y jamás lo confesamos,
intentamos gustar en exceso o usamos toallas que no son nuestras. Suena fácil,
divertido. Sobrepasar límites por la vía tácita lo es. Porque cuesta abajo, aunque
haya que atar corto el compás, las piernas van solas. Con no caer nos
basta.
Cuesta
arriba, en cambio, no existe tendencia que nos aúpe. El fregadero lleno, una
primera crisis por superar, la vuelta al trabajo, o el ascensor y un vecino/a. Hay que entender
que el final no está donde queremos. El Sants, con moratones en los pómulos, es
incapaz de darse por vencido, pues debe proseguir si, cuando acabe todo, quiere
ver al triunfo en el espejo.
El
sábado, en vísperas de los Reyes Magos, el Olímpic de Terrassa daba cita a
egarenses y "santsencs" en un partido difícil de situar en el tiempo.
Inicio de la segunda vuelta, pero final de las vacaciones. Principio de enero,
pero final de las vacaciones. Más mediodía que mañana, pero final de las
vacaciones. Al final importaba eso, que lo bueno acaba y la rutina acecha para
cambiar el pijama por unos apretados calzoncillos y el turrón por la ensalada. El partido,
enajenado de la realidad, reunió a una más que aceptable marea de hinchas.
Con las
gradas a rebosar, pitó el árbitro, dando luz a un capítulo que tendría luces y
sombras. Brian volvía al once blanquiverde, como Gaudioso, pero faltaba el
Sheriff. El principio del encuentro fue el primer esbozo del artista, directo a
la basura. Las ruedas chirriaban, jugadas con forma de cristales empañados
descontentaban a los presentes, que se percataban de que la dureza monopolizaba
el perfil del choque. El Sants la subió al escenario, el Terrassa no la
rechazó.
La
puesta en escena local era contundente: gradas llenas, sonrisas largas como el
kilométrico terreno de juego, y fútbol alegre. Los de Tito Lossio no
encontraban su sitio, como el tardón del cine que te obliga a
encoger las piernas a su paso. Cuando el Sants enfilaba su asiento, la
película ya pasaba por la primera muerte. Álex Fernández, que caminaba
tan pancho por Terrassa, se inventó un extraño
envío largo a la espalda de la defensa visitante. Cuando la gente quiso
entender el sentido del pase, Daisuke ya estaba regalando a Arranz el 1-0. De
esas jugadas que disfruta uno, aunque su deporte favorito sea el quidditch.
Para
encontrarle un pero a la velada, lo cierto es que el balón botaba fatal, pero
fatal fatal, hasta el punto de convertir un pase raso de central a lateral en
una cerveza caliente. El campo era ancho y largo, había espacios. En una
esquina había organizada una charla sobre educación alternativa.
El Sants
mejoró tras lavarse la cara y entró al encuentro, que se pausaba tanto como la
película pirata que lucha por recordarte que es pirata. La cinta conseguía
fluir, y bum, tarascada de tarjeta naranja. Hubo varias muy duras, la verdad.
Uno lo veía desde la grada y se palpaba los gemelos, susurrándoles: 'Escondeos
detrás de la mochila, ahí fuera os andan buscando'.
El
público entero, que si tuviera rostro vestiría ojos de rabia y mandíbula de
insulto, parecía enfrascado en una infantil disputa cuando, sin avisar a nadie,
Corominas giró la hamburguesa, casi chamuscada. El tiro libre perfecto, ese que
entrenas hasta que te apagan las luces, el que puede romperte el cruzado, la
rosca que deseas darle a tu vida. A la escuadra. Nada que añadir, háganse sus
pelis. 2-0.
Las
distintas realidades de ambos equipos adquirían una larga distancia tras el
gol. Al Sants le costaba un mundo crear, más aún hacer daño a la meta rival.
Vinieron entonces unos minutos en los que los locales, jactándose de su
superioridad, entraron al trapo con ganas. Corominas había sido un espejismo, y si antes fue el Sants quien repartió con demasiado ímpetu,
ahora le tocaba al Terrassa. La parte racional me empuja a espetar un 'qué
pereza', pero fue tan divertido. Los hinchas más involucrados parecían hacer
sentadillas.
Tuvo tiempo
el Sants, justo antes del descanso, de mejorar su plana actuación, infligiendo
cierto -poco, pero cierto- miedo a los locales. En la media parte brillaron
los frankfurts, las bolsas de patatas, y el olor a fritanga.
Ninguno de ellos acabó amonestado, por cierto. Nos gusta pensar que estamos peor
de lo que estamos.
Prosiguió
el conjunto de Tito Lossio con su mejoría al salir de los vestuarios. Cordones
atados, arrugas de la camisa corregidas, y a bailar. Esta vez, el Sants sí
tradujo en peligro su buen hacer. Liderados por un osado Crivi, los
blanquiverdes hicieron temblar los cimientos locales en distintas ocasiones. Al
Terrassa, en cambio, le bastaba con poco procedimiento para encontrar
resultado. Vertiginosas transiciones saludaban a Yamandú, que brilló por
calvicie y cumplió por juego.
Lo
probó Juli de cabeza, pero su misiva lamió el poste para alcanzar la perdición.
Y después, gol. Así, sin verla venir. Matizo. El Sants podía marcar, pero no
parecía esa la jugada que fuera a cuantificar la mejoría "santsenca".
Lo fue. Una buena triangulación, Crivi para Gaudioso, y Gaudioso al fondo de la
red. 2-1. El gol cambió el ambiente por completo. Creía el Sants en el empate,
mientras el Terrassa creía en lo que fuese para mantener la ventaja. Si en ese
momento aparece un tarot en el Olímpic, se hace de oro.
El gol
fue para el Sants lo que el microondas para el plato de macarrones ya frío.
'Están igual de buenos' decía, engreído. Hubieron los que le creyeron, no sin
argumentos. Debutó Monfort, joven y veloz lateral blanquiverde, que demostró
intenciones y aptitudes. El carrusel de tarjetas seguía, fatigoso. El partido
entró en un terreno fangoso en el que todo era relativo. No se sabía quien
estaba más cerca de su cometido, si unos u otros. Tampoco a quien le incomodaba
más su postura. La única certeza, el buen rato que pasaban dos desubicados irlandeses -intuí el acento, así que seguro que eran suecos- a mi lado. No conmigo,
ellos solos. Una cerveza tras otra.
Cuando
minutos después, Aleix vio la roja (porque alguien tenía que verla) y el Sants
abdicó en relación al plato de macarrones. Todos y cada uno admitieron que no
estaba rico. A Aleix, de carácter apaciguado y discreto, se le había nublado el
sábado. Sacó entonces una versión que no frecuenta, y nos enamoró del todo. El
partido de Aleix fue rudo, barroco, emocionante. Aleix es esa amistad que vas
apreciando más y más gracias a descubrir sus empolvados y seductores rincones.
Tras el
suceso, hubo tiempo para que el Terrassa perdonara el tercero; también para que
lo hiciera. Imaz fue el encargado de matar al Sants a la contra. Los jugadores
que le persiguieron durante la larga carrera dejaban rastros de sangre en el
camino, malheridos. Fabre, que había resbalado torpemente al comenzar la
jugada, buscaba desaparecer del escenario.
Finalizó el partido, que arrebató otra oportunidad al Sants. Terrassa, una fiesta. A modo de inciso final, y al haberlo presenciado desde cerca, tengo que citar el -por momentos- triste papel del grupo de animación local, que actuó cual matón de secundaria al pretender un conflicto -en clara superioridad- con los hinchas visitantes, que cambiaron de asientos durante el partido. Cuando se dedicaron a animar a sus respectivos conjuntos, ambos fueron su mejor baza.
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