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Terrassa CF 3-1 UE Sants (J.22)

A veces pensamos demasiado, nos pasamos con el alcohol, o posponemos alarmas con pesar. A veces la broma se nos va de las manos. A veces, y jamás lo confesamos, intentamos gustar en exceso o usamos toallas que no son nuestras. Suena fácil, divertido. Sobrepasar límites por la vía tácita lo es. Porque cuesta abajo, aunque haya que atar corto el compás, las piernas van solas. Con no caer nos basta. 

Cuesta arriba, en cambio, no existe tendencia que nos aúpe. El fregadero lleno, una primera crisis por superar, la vuelta al trabajo, o el ascensor y un vecino/a. Hay que entender que el final no está donde queremos. El Sants, con moratones en los pómulos, es incapaz de darse por vencido, pues debe proseguir si, cuando acabe todo, quiere ver al triunfo en el espejo.

El sábado, en vísperas de los Reyes Magos, el Olímpic de Terrassa daba cita a egarenses y "santsencs" en un partido difícil de situar en el tiempo. Inicio de la segunda vuelta, pero final de las vacaciones. Principio de enero, pero final de las vacaciones. Más mediodía que mañana, pero final de las vacaciones. Al final importaba eso, que lo bueno acaba y la rutina acecha para cambiar el pijama por unos apretados calzoncillos y el turrón por la ensalada. El partido, enajenado de la realidad, reunió a una más que aceptable marea de hinchas.

Con las gradas a rebosar, pitó el árbitro, dando luz a un capítulo que tendría luces y sombras. Brian volvía al once blanquiverde, como Gaudioso, pero faltaba el Sheriff. El principio del encuentro fue el primer esbozo del artista, directo a la basura. Las ruedas chirriaban, jugadas con forma de cristales empañados descontentaban a los presentes, que se percataban de que la dureza monopolizaba el perfil del choque. El Sants la subió al escenario, el Terrassa no la rechazó.

La puesta en escena local era contundente: gradas llenas, sonrisas largas como el kilométrico terreno de juego, y fútbol alegre. Los de Tito Lossio no encontraban su sitio, como el tardón del cine que te obliga a encoger las piernas a su paso. Cuando el Sants enfilaba su asiento, la película ya pasaba por la primera muerte. Álex Fernández, que caminaba tan pancho por Terrassa, se inventó un extraño envío largo a la espalda de la defensa visitante. Cuando la gente quiso entender el sentido del pase, Daisuke ya estaba regalando a Arranz el 1-0. De esas jugadas que disfruta uno, aunque su deporte favorito sea el quidditch.

Para encontrarle un pero a la velada, lo cierto es que el balón botaba fatal, pero fatal fatal, hasta el punto de convertir un pase raso de central a lateral en una cerveza caliente. El campo era ancho y largo, había espacios. En una esquina había organizada una charla sobre educación alternativa. 

El Sants mejoró tras lavarse la cara y entró al encuentro, que se pausaba tanto como la película pirata que lucha por recordarte que es pirata. La cinta conseguía fluir, y bum, tarascada de tarjeta naranja. Hubo varias muy duras, la verdad. Uno lo veía desde la grada y se palpaba los gemelos, susurrándoles: 'Escondeos detrás de la mochila, ahí fuera os andan buscando'.

El público entero, que si tuviera rostro vestiría ojos de rabia y mandíbula de insulto, parecía enfrascado en una infantil disputa cuando, sin avisar a nadie, Corominas giró la hamburguesa, casi chamuscada. El tiro libre perfecto, ese que entrenas hasta que te apagan las luces, el que puede romperte el cruzado, la rosca que deseas darle a tu vida. A la escuadra. Nada que añadir, háganse sus pelis. 2-0. 

Las distintas realidades de ambos equipos adquirían una larga distancia tras el gol. Al Sants le costaba un mundo crear, más aún hacer daño a la meta rival. Vinieron entonces unos minutos en los que los locales, jactándose de su superioridad, entraron al trapo con ganas. Corominas había sido un espejismo, y si antes fue el Sants quien repartió con demasiado ímpetu, ahora le tocaba al Terrassa. La parte racional me empuja a espetar un 'qué pereza', pero fue tan divertido. Los hinchas más involucrados parecían hacer sentadillas.

Tuvo tiempo el Sants, justo antes del descanso, de mejorar su plana actuación, infligiendo cierto -poco, pero cierto- miedo a los locales. En la media parte brillaron los frankfurts, las bolsas de patatas, y el olor a fritanga. Ninguno de ellos acabó amonestado, por cierto. Nos gusta pensar que estamos peor de lo que estamos.

Prosiguió el conjunto de Tito Lossio con su mejoría al salir de los vestuarios. Cordones atados, arrugas de la camisa corregidas, y a bailar. Esta vez, el Sants sí tradujo en peligro su buen hacer. Liderados por un osado Crivi, los blanquiverdes hicieron temblar los cimientos locales en distintas ocasiones. Al Terrassa, en cambio, le bastaba con poco procedimiento para encontrar resultado. Vertiginosas transiciones saludaban a Yamandú, que brilló por calvicie y cumplió por juego.

Lo probó Juli de cabeza, pero su misiva lamió el poste para alcanzar la perdición. Y después, gol. Así, sin verla venir. Matizo. El Sants podía marcar, pero no parecía esa la jugada que fuera a cuantificar la mejoría "santsenca". Lo fue. Una buena triangulación, Crivi para Gaudioso, y Gaudioso al fondo de la red. 2-1. El gol cambió el ambiente por completo. Creía el Sants en el empate, mientras el Terrassa creía en lo que fuese para mantener la ventaja. Si en ese momento aparece un tarot en el Olímpic, se hace de oro. 

El gol fue para el Sants lo que el microondas para el plato de macarrones ya frío. 'Están igual de buenos' decía, engreído. Hubieron los que le creyeron, no sin argumentos. Debutó Monfort, joven y veloz lateral blanquiverde, que demostró intenciones y aptitudes. El carrusel de tarjetas seguía, fatigoso. El partido entró en un terreno fangoso en el que todo era relativo. No se sabía quien estaba más cerca de su cometido, si unos u otros. Tampoco a quien le incomodaba más su postura. La única certeza, el buen rato que pasaban dos desubicados irlandeses -intuí el acento, así que seguro que eran suecos- a mi lado. No conmigo, ellos solos. Una cerveza tras otra.

Cuando minutos después, Aleix vio la roja (porque alguien tenía que verla) y el Sants abdicó en relación al plato de macarrones. Todos y cada uno admitieron que no estaba rico. A Aleix, de carácter apaciguado y discreto, se le había nublado el sábado. Sacó entonces una versión que no frecuenta, y nos enamoró del todo. El partido de Aleix fue rudo, barroco, emocionante. Aleix es esa amistad que vas apreciando más y más gracias a descubrir sus empolvados y seductores rincones.

Tras el suceso, hubo tiempo para que el Terrassa perdonara el tercero; también para que lo hiciera. Imaz fue el encargado de matar al Sants a la contra. Los jugadores que le persiguieron durante la larga carrera dejaban rastros de sangre en el camino, malheridos. Fabre, que había resbalado torpemente al comenzar la jugada, buscaba desaparecer del escenario.

Finalizó el partido, que arrebató otra oportunidad al Sants. Terrassa, una fiesta. A modo de inciso final, y al haberlo presenciado desde cerca, tengo que citar el -por momentos- triste papel del grupo de animación local, que actuó cual matón de secundaria al pretender un conflicto -en clara superioridad- con los hinchas visitantes, que cambiaron de asientos durante el partido. Cuando se dedicaron a animar a sus respectivos conjuntos, ambos fueron su mejor baza.

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