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UE Sants 1-1 UE Llagostera (J.23)


Decía Franz Kafka que prefería escribir por la noche, que aprovechaba la oscuridad y el silencio para andar sobre los márgenes de su pensamiento, sacando así al "monstruo" que llevaba dentro. Según el canónico escritor, la vigilia desataba sus más recónditos instintos, sus más temidos miedos. Kafka solía vestir ojeras al llegar al trabajo, si bien las llevaba a sabiendas de haber dado con la palabra adecuada la madrugada anterior. Las sábanas revueltas, pero no usadas. Supongo que tomaba mucho café.

Los ojos saltones de Kafka, cortinas de una mente atlética y reprimida, coincidían con los que el Sants suele portar en domingo. El conjunto blanquiverde parece haber encontrado el confort cuando la luna más grita, cuando el resto duerme. La luz de la mesita de noche abierta, un pequeño radiador caldeando la habitación; el Sants no tiene sueño. En partidos en los que cualquiera tira la toalla, el Sants saca el "monstruo" de dentro, que tanto ama la noche como detesta el alba.

Volvía el Sheriff a un once en el que se consolida Fran. Aleix, sancionado, dejaba su sitio a Juli. El partido comenzó queriendo explicar a los presentes la situación actual de ambos equipos: el Sants y el descenso; el Llagostera y el liderato. Estaba comenzando la presentación cuando el Sants, rabioso, saltó de su silla para demostrar que aquello que contaban de él no era —del todo— cierto.

Cuatro frases emotivas y bien calculadas le bastaron al cuadro de Tito Lossio, que jugaba a dos toques ante la incisiva presión del "Llagos", incómodo. Pretendía el Sants en su espontánea exposición dar fe de que la escasa puntuación en liga se debe a muchos factores, pero no al nivel de juego, que rozó la excelencia frente al líder. Faltaba el gol para constatar dicha teoría, hueca cuando se explica desde el fracaso.

Gaudioso, de visita por el área rival tras un córner, se atrevió a caracolear cuando el balón más quemaba. El defensa se lo comió, penalti. Luis, que había fallado una pena máxima —la última que había tirado el Sants— en la ida, agarró el balón con personalidad. Lo plantó mal, lo recolocó hasta tres veces, también lo intentaron distraer. Las uñas de los hinchas caían al suelo, masticadas. Sonó el silbato. Pasaron tantas cosas por las cabezas de todos. Excepto por la suya. Gaudioso tenía claras sus intenciones desde el momento en el que falló ese pretérito penalti. Corrió al trote cochinero, retó al portero con una media sonrisa, y lo lanzó a lo Panenka, el tío. 1-0.

Pensé entonces en todas aquellas veces en las que me llamaban de Telefónica al teléfono fijo. Por puro —era aburrimiento— gozo, respondía imitando el ladrido de un perro. Siempre se lo tragaban. Hacía de lo normal algo extraordinario. Convertía la rutina en un alambre, como Luis.

Aún lo hago. Lo de hacer el perro, digo.

El Sants se veía inmerso en su propia película; era productor, técnico de sonido —qué afición—, guionista, actor, y hasta dirigía el maquillaje. Al Llagos, que remar remaba, parecía quedarle muy lejos la orilla, pues no encontraba el método para acercarse a una mayor velocidad. Cuando 'Pitu', el guante de cirujano, de cocina, y de invierno a la vez, se ponía al timón, el Llagostera sí avanzaba con sentido.

Mientras tanto, el Sheriff, Mario, y Fran alquilaban la frontal del área rival, gastos compartidos. La vida en comunidad era fácil, pues los tres querían lo mismo. Desde ahí pedían sin cesar: desde centros bombeados a un taxi, unas pizzas, o el turno de palabra. Insaciables, hicieron del peligro una constante en el arco visitante.

La primera parte dio para mucho, desde luego. Hubo un penalti —no pitado— de Picolo al ariete rival que para mí debió serlo. El partido tenía de todo: ataques rápidos, intensidad a raudales, alguna que otra acción punible, causas, y consecuencias. El Sants se imponía en la mayoría de los duelos, siendo siempre el siguiente una motivación mayor para los gerundenses, que mejoraban paulatinamente.

El descanso fue, pues eso, un buen descanso. La primera parte había adelgazado a más de uno/a.

En la reanudación el "Llagos", consciente de lo que eso supondría, se quitó el bozal. Quería remontar sin épica, sin florituras. Cuando enseño que sé hacer la ola con la barriga, me preguntan que cómo lo hago. Tras meditarlo, escupo: “No lo sé”, y lo hago de nuevo. Más o menos lo que diría el Llagostera en aquel momento. Tardó poco el Sants en igualar la puesta en escena, pues a los diez minutos la tuvo Navarro a pase de Fran.

La reacción azulgrana la volvió a capitanear "Pitu", al que le brindaron un libre directo al borde de la frontal para su deleite, y el de todos. El '8' visitante liftó el balón con suavidad, buscando la parábola que besara la escuadra. Lo envió arriba, rozando el larguero con una comba que fue absuelta de ser asesina.

Entró Crivi por Fabre para amansar las acometidas de Moussa, veloz extremo visitante. El Sants respiraba. Fran cabeceó un córner al palo, pudiendo sentenciar el encuentro. Arimany falló delante del meta, pudiendo empatar el encuentro. Así estaba el partido, enfrascado en una terrible discusión con el acierto propio, en una amable charla con el fallo ajeno.

Los jugadores del Sants empezaban a caer al suelo, unos por excesiva contundencia rival —los centrales del Llagos se quedaron a gusto—, los otros por cuestiones estratégicas. En esas apareció Yamandú para salvar a los blanquiverdes con una mano alucinante a la esquina inferior del arco. Aprovechó el vuelo para recuperar esa zapatilla eternamente perdida debajo del sofá.

Tito Lossio, que empezó el encentro con muletas, aguantó toda la segunda parte de pie, olvidando su cojera. Se dice que un entrenador debe representar al equipo que entrena, así como el equipo ser reflejo del territorio que representa. Tito olvidaba la cojera para estar al lado de sus pupilos, el equipo olvidaba el descenso para ganar al líder, y la afición olvidaba , con matices, el maltrato del ayuntamiento —solo piden un campo a la altura de la historia del club— para animar hasta el pitido final. La actuación fue coral, desde luego.

Se retiraba lesionado Brian. No pintaba mal el partido para el Sants, pero precisamente cuando no pinta mal es cuando hay que preocuparse. Los locales aguantaban la puerta; el Llagostera amontonaba argumentos para tirarla. Hablaremos de Juli, que cuajó una enorme actuación de principio a final, con varias recuperaciones defensivas increíbles —en sentido literal— y un derroche físico que cansaba al que lo intentaba seguir con la mirada.

La tuvo Eric para empatar en el único despiste de Picolo, que neutralizó al '17' rival durante todo el segundo acto. El trabajo defensivo del Sants, punto débil hasta la fecha, parecía muy mejorado el domingo.

Si el partido ya llevaba salsa, alguien derramó el bote encima. Fran cayó al suelo —le dio tiempo a soltar una patadita— y fue felicitado con un severo cachetazo, ya con el partido parado. El árbitro vio solo la bofetada, ejecutada con torpeza por el modo y el momento. Cuando la roja se daba por hecha, el colegiado sacó la amarilla, regalándose así los abucheos del público local. Poco después, Fran volvía a caer, esta vez sincronizado con su rival, en un rifirrafe que no pareció ver nadie (en directo). Como esas anécdotas que uno explica a sabiendas de que jamás se sabrá la verdad, cada uno de ellos pretendía imponer su versión de los hechos. Después hubo empujones, malas caras, e insultos. Como cuando te cortan para decirte que no fue así, que lo estás explicando mal.

El campo hervía, tanto que uno podía hacer un quilo de pasta en los minutos finales. El Sants declaró la pérdida de tiempo cual discurso oficial y el árbitro decidió añadir cinco minutos. Las tenía el Llagostera y achicaba agua el Sants, que lo veía tan cerca y tan lejos. Del añadido se jugó poco, la verdad, pero lo suficiente para que el Llagostera tuviera la ocasión definitiva, la que le dio el empate in-extremis. 1-1. Tras ocho minutos tan eternos como punibles, los azulgrana encontraban el tesoro, que parecía haberles esperado durante toda la segunda parte. 

El suceso, repetido en la memoria de los locales, azota su presente. "Jugamos como nunca, perdimos como siempre", que dijo Di Stéfano. El fenomenal encuentro de los de Tito Lossio separó sensaciones y resultado una vez más. Amantes del insomnio, los "santsencs" veían como el alba les había atrapado, y ahí, entre la gente normal y con el sol a cuestas, las cosas no son tan sencillas. 

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