Decía Franz Kafka que prefería
escribir por la noche, que aprovechaba la oscuridad y el silencio para andar
sobre los márgenes de su pensamiento, sacando así al "monstruo" que
llevaba dentro. Según el canónico escritor, la vigilia desataba sus más
recónditos instintos, sus más temidos miedos. Kafka solía vestir ojeras al
llegar al trabajo, si bien las llevaba a sabiendas de haber dado con la palabra
adecuada la madrugada anterior. Las sábanas revueltas, pero no usadas. Supongo
que tomaba mucho café.
Los
ojos saltones de Kafka, cortinas de una mente atlética y reprimida, coincidían
con los que el Sants suele portar en domingo. El conjunto blanquiverde parece
haber encontrado el confort cuando la luna más grita, cuando el resto duerme.
La luz de la mesita de noche abierta, un pequeño radiador caldeando la habitación;
el Sants no tiene sueño. En partidos en los que cualquiera tira la toalla, el
Sants saca el "monstruo" de dentro, que tanto ama la noche como
detesta el alba.
Volvía
el Sheriff a un once en el que se consolida Fran. Aleix, sancionado, dejaba su
sitio a Juli. El partido comenzó queriendo explicar a los presentes la
situación actual de ambos equipos: el Sants y el descenso; el Llagostera y el
liderato. Estaba comenzando la presentación cuando el Sants, rabioso, saltó de
su silla para demostrar que aquello que contaban de él no era —del todo—
cierto.
Cuatro
frases emotivas y bien calculadas le bastaron al cuadro de Tito Lossio, que
jugaba a dos toques ante la incisiva presión del "Llagos", incómodo. Pretendía
el Sants en su espontánea exposición dar fe de que la escasa puntuación en liga
se debe a muchos factores, pero no al nivel de juego, que rozó la excelencia
frente al líder. Faltaba el gol para constatar dicha teoría, hueca cuando se
explica desde el fracaso.
Gaudioso,
de visita por el área rival tras un córner, se atrevió a caracolear cuando el balón más quemaba. El defensa se lo comió,
penalti. Luis, que había fallado una pena máxima —la última que había tirado el
Sants— en la ida, agarró el balón con personalidad. Lo plantó mal, lo recolocó
hasta tres veces, también lo intentaron distraer. Las uñas de los hinchas caían
al suelo, masticadas. Sonó el silbato. Pasaron tantas cosas por las cabezas de
todos. Excepto por la suya. Gaudioso tenía claras sus intenciones desde el
momento en el que falló ese pretérito penalti. Corrió al trote cochinero, retó
al portero con una media sonrisa, y lo lanzó a lo Panenka, el tío. 1-0.
Pensé
entonces en todas aquellas veces en las que me llamaban de Telefónica al
teléfono fijo. Por puro —era aburrimiento— gozo, respondía imitando el ladrido
de un perro. Siempre se lo tragaban. Hacía de lo normal algo extraordinario. Convertía
la rutina en un alambre, como Luis.
Aún
lo hago. Lo de hacer el perro, digo.
El
Sants se veía inmerso en su propia película; era productor, técnico de
sonido —qué afición—, guionista, actor, y hasta dirigía el maquillaje. Al
Llagos, que remar remaba, parecía quedarle muy lejos la orilla, pues no
encontraba el método para acercarse a una mayor velocidad. Cuando 'Pitu', el
guante de cirujano, de cocina, y de invierno a la vez, se ponía al timón, el
Llagostera sí avanzaba con sentido.
Mientras
tanto, el Sheriff, Mario, y Fran alquilaban la frontal del área rival, gastos
compartidos. La vida en comunidad era fácil, pues los tres querían lo mismo.
Desde ahí pedían sin cesar: desde centros bombeados a un taxi, unas pizzas, o
el turno de palabra. Insaciables, hicieron del peligro una constante en el arco
visitante.
La
primera parte dio para mucho, desde luego. Hubo un penalti —no pitado— de
Picolo al ariete rival que —para mí— debió serlo. El partido tenía de todo:
ataques rápidos, intensidad a raudales, alguna que otra acción punible, causas,
y consecuencias. El Sants se imponía
en la mayoría de los duelos, siendo siempre el siguiente una motivación mayor
para los gerundenses, que mejoraban paulatinamente.
El
descanso fue, pues eso, un buen descanso. La primera parte había adelgazado a
más de uno/a.
En
la reanudación el "Llagos", consciente de lo que eso supondría, se
quitó el bozal. Quería remontar sin épica, sin florituras. Cuando enseño que sé
hacer la ola con la barriga, me preguntan que cómo lo hago. Tras meditarlo,
escupo: “No lo sé”, y lo hago de nuevo. Más o menos lo que diría el Llagostera en aquel momento. Tardó poco el Sants en igualar la puesta en escena, pues a
los diez minutos la tuvo Navarro a pase de Fran.
La
reacción azulgrana la volvió a capitanear "Pitu", al que le brindaron
un libre directo al borde de la frontal para su deleite, y el de todos. El '8' visitante liftó el balón con
suavidad, buscando la parábola que besara la escuadra. Lo envió arriba, rozando
el larguero con una comba que fue absuelta de ser asesina.
Entró Crivi por Fabre para amansar
las acometidas de Moussa, veloz extremo visitante. El Sants respiraba. Fran
cabeceó un córner al palo, pudiendo sentenciar el encuentro. Arimany falló
delante del meta, pudiendo empatar el encuentro. Así estaba el partido,
enfrascado en una terrible discusión con el acierto propio, en una amable
charla con el fallo ajeno.
Los
jugadores del Sants empezaban a caer al suelo, unos por excesiva contundencia
rival —los centrales del Llagos se quedaron a gusto—, los otros por cuestiones estratégicas. En esas apareció
Yamandú para salvar a los blanquiverdes con una mano alucinante a la esquina
inferior del arco. Aprovechó el vuelo para recuperar esa zapatilla eternamente
perdida debajo del sofá.
Tito
Lossio, que empezó el encentro con muletas, aguantó toda la segunda parte de
pie, olvidando su cojera. Se dice que un entrenador debe representar al equipo
que entrena, así como el equipo ser reflejo del territorio que representa.
Tito olvidaba la cojera para estar al lado de sus pupilos, el equipo olvidaba
el descenso para ganar al líder, y la afición olvidaba , con matices, el
maltrato del ayuntamiento —solo piden un campo a la altura de la historia
del club— para animar hasta el pitido final. La actuación fue coral, desde
luego.
Se
retiraba lesionado Brian. No pintaba mal el partido para el Sants, pero
precisamente cuando no pinta mal es cuando hay que preocuparse. Los locales
aguantaban la puerta; el Llagostera amontonaba argumentos para tirarla. Hablaremos
de Juli, que cuajó una enorme actuación de principio a final, con varias
recuperaciones defensivas increíbles —en sentido literal— y un derroche
físico que cansaba al que lo intentaba seguir con la mirada.
La
tuvo Eric para empatar en el único despiste de Picolo, que neutralizó al '17'
rival durante todo el segundo acto. El trabajo defensivo del Sants, punto débil
hasta la fecha, parecía muy mejorado el domingo.
Si
el partido ya llevaba salsa, alguien derramó el bote encima. Fran cayó al
suelo —le dio tiempo a soltar una patadita— y fue felicitado
con un severo cachetazo, ya con el partido parado. El árbitro vio
solo la bofetada, ejecutada con torpeza por el modo y el momento. Cuando la
roja se daba por hecha, el colegiado sacó la amarilla, regalándose así los
abucheos del público local. Poco después, Fran volvía a caer, esta vez
sincronizado con su rival, en un rifirrafe que no pareció ver nadie (en
directo). Como esas anécdotas que uno explica a sabiendas de que jamás se sabrá
la verdad, cada uno de ellos pretendía imponer su versión de los hechos.
Después hubo empujones, malas caras, e insultos. Como cuando te cortan para
decirte que no fue así, que lo estás explicando mal.
El
campo hervía, tanto que uno podía hacer un quilo de pasta en los minutos
finales. El Sants declaró la pérdida de tiempo cual discurso oficial y el
árbitro decidió añadir cinco minutos. Las tenía el Llagostera y achicaba agua
el Sants, que lo veía tan cerca y tan lejos. Del añadido se jugó poco, la
verdad, pero lo suficiente para que el Llagostera tuviera la ocasión
definitiva, la que le dio el empate in-extremis. 1-1. Tras ocho minutos tan
eternos como punibles, los azulgrana encontraban el tesoro, que parecía haberles esperado durante toda la segunda
parte.
El
suceso, repetido en la memoria de los locales, azota su presente. "Jugamos
como nunca, perdimos como siempre", que dijo Di Stéfano. El fenomenal
encuentro de los de Tito Lossio separó sensaciones y resultado una vez más.
Amantes del insomnio, los "santsencs" veían como el alba les había
atrapado, y ahí, entre la gente normal y con el sol a cuestas, las cosas no son
tan sencillas.
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