Las jornadas pasan,
como si segundos fueran, y la clasificación ahoga, abraza, o pasa de largo.
Castiga a los perezosos con ansiedades existenciales y premia a quienes cumplen
con confianza y márgenes. Llegan los cálculos, los golaverajes, y las conjuras
de equipo. De los entrenadores ni se duda, pues hacerlo es derrumbar la primera
planta del edificio. Al final siempre ganan los mismos: aquellos que corren a
exprimir su jugo como si no tuvieran más que ofrecer. El extremo joven, el
balón parado, una racha como local, o una fiel afición.
Para lograr el
objetivo hay que conocerse a uno mismo, parece haber entendido el Sants, que
juega cada partido consciente de sus virtudes y flaquezas. El domingo, con
Mario Cantí sancionado, Tito se atrevió a dejar al Sheriff en el banco para
buscar un partido diferente, argumentado desde la abundancia de centrocampistas
y la profundidad de los laterales. Fran y Borrull eran las primeras espadas
blanquiverdes. Yamandú, por su parte, estrenaba una bonita zamarra
negra.
Esperaba en la otra
orilla el Cerdanyola con la salvación en el bolsillo, pero no fue ese un
condicionante para los del Vallès, que salieron con todo. El
partido comenzó en el tercer párrafo, tras la charla y el calentamiento al sol.
Y lo estrenó Borrull con una volea que voló, sí, pero no a
destino. Respondió el conjunto visitante con un testarazo desviado.
El viento aliñaba los
primeros compases, que gozaron de una tremebunda intensidad. Se repartían el
dominio del encuentro ambos equipos; ahora comes tú, ahora como yo. La
complejidad residía en transformar esas sensaciones en peligro, cada uno con
sus argumentos. Volvió a acercarse el Cerdanyola con una cabezazo que silenció
l'Energia.
Acto seguido, el
Sants sacó su arsenal más creativo para trazar una magnífica jugada de
combinación. La empezaron cocinando los centrales, después condujo Crivi para
enviar el cuero a la zona de máquinas. Allí triangularon Fran, Guille, y
Gaudioso. La jugada parecía en armonía con el espacio y el tiempo, pues cada
acción sucedía la anterior y precedía la siguiente. Una estrecha línea separaba
el orden y el caos, la individualidad abrazaba al colectivo. El balón llegó
botando a la frontal, y Aleix, que salivaba con el gol, hizo un misto.
La vida jamás es tan bonita, debió pensar el '6' antes de romper en pedazos la
ilusión local. Mejor así, no nos malacostumbres, pensé yo.
El conjunto de Tito
Lossio buscaba proponer desde la posesión del balón, haciéndose dueño de la
tierra. Los cielos parecían pertenecer al "Cerda", directo y conciso.
Quiso romper Guille con esa dicotomía conectando un buen cabezazo, pero este se
marchó por encima del larguero. Después el '8' local le dio forma al dolor con
un grito que perfectamente podría haber pintado Edvard Munch. Lo conseguiste,
ocho, pues se nos desgarró el corazón.
Antes del descanso
hubo tiempo para que Yamandú se luciese. El charrúa sacó una prodigiosa mano
para callar un remate de cabeza que de haber entrado habría sido un duro azote
para el Sants. Mejoró el Cerdanyola durante ese rato y el pitido del árbitro
acabó siendo medicina para los blanquiverdes. El papel del colegiado estuvo muy
discutido durante todo el primer acto, sobretodo en el bando local.
Al Sants le faltaba
mordiente arriba. Cierto es que mandaba en la zona de medios, pero la falta de
colmillo (de un '9' puro) le alejaba del área rival, dificultando el acceso el
gol. Lo entendió Tito Lossio e introdujo al Sheriff por un siempre correoso
Borrull. La intensidad de cada equipo seguía mirándose al espejo, perpleja por
la exactitud de su retrato. Quien sí huyó por un momento fue el juego
"santsenc", hecho que permitió al Cerdanyola vivir sus mejores
minutos del partido.
Al Sants, quieto
sobre el alambrado, le comenzaban a sangrar los pies, y optó por correr hasta
el pivote más próximo. El partido era una película lenta y tensa; no pasaba nada pero podía pasar de todo. De las que no te dejan ir al
baño ni aunque los protagonistas estén tomando un apacible café, da igual, por
lo que pueda pasar.
Mejoró el conjunto
local y el Sheriff tuvo SU ocasión. Centró Aleix con maestría y peinó el
esférico el ariete para ver después como lo había cruzado en exceso. En el área
rival también hubo jugo, sí. Primero con una polémica patada de Crivi al
extremo rival que el árbitro señaló como falta del segundo, que había sido
pícaro al poner la pierna entre el balón y Crivi. Para mí, claro está, fue
penalti. La segunda polémica llegó cuando Fran y un rival cayeron al suelo de
la mano, como si de un matrimonio de tratara. Ambos se quejaban de una
pretérita agresión, y encima de ellos aconteció Troya.
Insultos, corredizas,
tumultos, pulsaciones. El partido estaba en su punto más caliente y nadie
parecía querer enfriarlo, excepto Fabre. Ay, Fabre, si no fuera por ti. Mientras
los aficionados locales y los jugadores visitantes desconvocados se las tenían
por lo que había pasado dentro del terreno de juego, jugadores locales y
visitantes se enzarzaban por lo que había pasado fuera. Y en esas apareció
Fabre, que quiso dialogar con todo el mundo, apelando siempre al sentido común
y a la responsabilidad. Chapó por eso y por conocerse los nombres del equipo
visitante entero, qué memoria la suya. Y qué ojos tan azules.
Las aguas se calmaron
y el partido acabó con el resultado de gafas. El 0-0 parecía contentar a ambos
equipos por igual, si bien es cierto que el Cerdanyola estuvo intentando
fraguar la gesta hasta el final. Lo intentaron como yo cuando pretendo apagar la
luz desde la cama sin pisar el suelo. Tampoco se mataron.
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